REPENSAR EL DIÁLOGO ENTRE FE Y RAZÓN
La razón, por sí misma, es incapaz de aclarar, de un modo definitivo, los grandes enigmas de la existencia humana, las preguntas fundacionales. Requiere del acto de fe para liberarse de su indigencia y alcanzar la luminosa verdad que emana de la revelación de Dios en la historia.
Ambas, la fe y la razón, están llamadas a purificarse y a regenerarse recíprocamente, porque se necesitan mutuamente. Allí donde fe y razón se separan, las dos enferman. La razón se vuelve fría y autosuficiente, al no reconocer nada por encima de ella, mientras la fe se limita a ser tan sólo una religiosidad pueril.
La razón es una fuerza purificadora que sana los excesos de la fe. Tiene la capacidad de curar las enfermedades del espíritu y, particularmente, las patologías que derivan de la fe. Entiende que fenómenos como el fanatismo el fundamentalismo o el terrorismo son patologías del espíritu, enfermedades de la fe que generan violencia y destrucción. Es necesario luchar contra ellas y la razón es el gran instrumento para hacerlo.
Sin embargo, la naturaleza específica de la fe es la relación con el Dios vivo, un encuentro que abre nuevos horizontes mucho más allá del ámbito propio de la razón, aunque, al mismo tiempo, también es una fuerza purificadora para la misma razón. Al partir de la perspectiva de Dios, la libera de su miopía y la ayuda así a ser más incluyente y tolerante. En efecto, la fe permite a la razón ejercer de una forma mejor su cometido y ver más claramente lo que le es propio.
Los creyentes tenemos necesidad del Dios vivo que nos ha amado hasta la muerte, por ello, la fe es el criterio que decide nuestro estilo de vida. Y la razón es la condición de posibilidad de la misma fe, el presupuesto necesario e ineludible para comprender la revelación de Dios en la historia y conocer la manifestación que Dios ha hecho de sí mismo al revelarse.
Dios no se ha manifestado a un sujeto pasivo que recibe pasivamente su Palabra. Ha creado, en el ser humano, la condición para recibirla, le ha hecho activo en esta recepción y capaz de construir el objeto final. La razón es, pues, la base que acoge la Palabra. En este sentido, Dios necesita de la persona para hacer llegar su mensaje, porque el mensaje final no es ajeno al hombre, sino que se construye con su participación.
Entonces, resulta urgente aclarar la correlación entre la fe y la razón, pues ambas se necesitan y se complementan mutuamente, de tal modo que ninguna de ellas se basta a sí misma. Se trata de plantear un marco de relaciones que no se base en la competitividad o en el exclusivismo (o lo uno o lo otro), sino en una complementación armónica. Se trata, en definitiva, de repensar el diálogo entre fe y razón.
Jesús García Aiz