La Mirada de la FeManuel Antonio Menchón

NOVIEMBRE, MES DE LOS DIFUNTOS

Manuel Antonio Menchón
Vicario Episcopal

Hace todavía poco tiempo el sexo era un tabú  del que no se podía hablar y que envolvía toda la vida social, Ahora se está imponiendo otro tabú, el tabú de la muerte. Por eso hemos importado de otros países un  Halloween falseado, porque en su origen celta  esta palabra designaba la víspera – 31 de Octubre-  de la fiesta de todos los santos, que  a finales del siglo XIX inmigrantes irlandeses introdujeron en Estados Unidos, país donde los comerciantes la convirtieron en una ocasión para la ganancia económica por la venta de dulces, disfraces, tarjetas, posters… Y así se está imponiendo en nuestra sociedad.

Porque en una sociedad  donde no somos capaces de aceptar que la vida y los momentos de gran felicidad lleguen a su fin, es necesario esconder la muerte, o al menos disfrazarla, porque es una realidad que acaba con tantos proyectos e ilusiones de futuro… Y por ello es una realidad escandalosa que queremos ocultar. Podemos ignorarla. No hablar de ella. Vivir intensamente cada día y olvidarnos de todo lo demás. Pero no lo podemos evitar. Tarde o temprano, la muerte va visitando nuestros hogares arrebatándonos a nuestros seres más queridos.

Cuando llega el mes de Noviembre, al que  la gente le sigue llamando el “Mes de los Difuntos” -como seguirá llamando “Navidad” a la Navidad y “Semana Santa” a la Semana Santa, por más que se empeñen muchos en arrinconar a Dios de nuestra sociedad y añadir al que es Eterno a la lista de los difuntos-, entrelas costumbres que perviven, está la de visitar los cementerios, llevando flores, recordando a sus muertos con cariño y, si son creyentes, rezando por ellos al detenerse ante la tumba de los seres queridos.

En los cementerios existen diferencias de tumbas, pero no interesa tanto  la categoría artística o crematística de lápidas, mármoles y bronces. Lo que debe interesar son las diferencias no visibles, no llamativas. Dos cosas deben llamar nuestra atención en la tumbas de nuestros seres queridos: las fecha de su nacimiento y la del fallecimiento, porque en medio de las dos estuvo una vida cargada de un amor del que tuvimos la suerte sentir y saborear como un hermoso regalo diario y siempre sorprendente.

Esa visita manifiesta que somos conscientes de que nuestros seres queridos difuntos han ocupado un lugar importante en nuestra vida y muchas de las cosas que usamos aún están cargadas de su recuerdo y su presencia y nos siguen vinculando a ellos, como si no estuvieran muertos del todo.

Estoy convencido que de  esos recuerdos hay que sacar lo mejor.De ellos aprendimos a amar, a sufrir, a llorar y a  gozar, tal vez a conformarnos de que todo lo que deseamos no lo podemos lograr. ¡Valió la pena vivir con todo ese tremendo cúmulo de emociones! Y si hoy lo recordamos es porque seguramente fueron unos buenos amores.

Pero los recuerdos también llevan a muchos  a aceptar resignadamente que la vida sigue para el que se queda y que tenemos una obligación con nosotros mismos de seguir viviendo, de seguir llevando una vida, si no feliz y sin sobresaltos, por lo menos una vida tranquila. Es lo que decimos en los “pésames”: “la vida sigue…”

Lo que no sé es si con esa frese nos referimos sólo a que esta vida sigue para los dolientes o estamos afirmando que la vida sigue también para aquellos que las muerte nos acaba de arrebatar.

Tal vez la visita a los cementerios nos podría ayudar a realizar un viaje imaginario  al   tiempo  pasado y la flores que llevamos con amor sean para regalárselas a esos amores que no murieron, a esos seres tan  amados que seguimos amando. Flores como un pobre regalo, que no compensa todos lo que nos amaron y nos aman, pero símbolo de las palabras que nos faltan  para decirles que los amábamos y los amamos. Porque la muerte no puede matar el amor. El amor no muere nunca, solo duerme y cuando se duerme no se deja de amar. La muerte no mata el amor. No se puede matar un sentimiento,  lo que puede matarlo es el olvido

Tal vez podríamos hablarles en ese momento, porque es seguro que nos oyen y decirles: Estamos aquí porque os seguimos queriendo, pero ahora no sabemos qué hacer por vosotros. Nuestra fe es pequeña y débil y muchas veces cargada de dudas. Os confiamos a la Bondad de Dios.  Seguro que en Él habéis encontrado mucho más que todo lo que nosotros os podemos ofrecer. Sed felices. Dios os quiere como nosotros no hemos sabido apreciaros suficientemente. Sabemos que estáis  en sus buenas manos

Seguro que después de de esas palabras, el  cementerio, que aparenta representar el reino de la muerte, desde entonces será para nosotros el lugar que representa la vida y el amor eterno.

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