MARÍA, MADRE DE LA IGLESIA
Amigo lector: hace unos días oí decir a una persona que septiembre era el mes de las “Vírgenes”. Como puedes entender me quedé sin respuesta, mirando a ver qué quería decir aquello, después parece que se me iluminó la mente y entendí el sentido de aquella expresión tan llamativa. En efecto, septiembre, no es sólo el mes de comienzo del curso escolar y de reemprender un montón de actividades, incluso de hábitos saludables, que en el verano se quedan atrás o simplemente parece que no tienen lugar. Es además el mes en que muchas de nuestras ciudades y pueblos celebran a su Patrona, la Santísima Virgen María.
No me voy a detener en nombrar ninguna advocación de la geografía diocesana, pero sabes, querido lector, que en los cuatro puntos cardinales de nuestra diócesis almeriense o de cualquier lugar de España, tierra de María Santísima, encontrarás un lugar donde esté sembrado de amor a la Virgen, a la Madre de Dios y Madre Nuestra, la concebida sin pecado, invocada con el Dulce Nombre de María refugio de cuantos la invocan y de cuantos acuden a Ella en este valle de lágrimas. La Santa Madre de Dios, María, de la que nació Jesús de Nazaret, en cuyo seno se hizo hombre el Hijo eterno de Dios es nuestra Madre. Éste es el mejor nombre con el que podemos llamar a María o lo mejor que podemos decir de Ella. La liturgia en uno de sus prefacios la define como “esperanza y consuelo” del pueblo peregrino. Y estas dos palabras significan nuestra invocación a María, pero diciendo Madre decimos mucho más. ¿Puede definirse el contenido de Madre?
Te aseguro, amigo lector, que yo no soy capaz, porque diría algo pero se me escaparía muchísimo más. Si así de nuestra madre terrena, cuanto más de nuestra madre celestial. Quedémonos con lo de ser consuelo y esperanza del pueblo peregrino que es la Iglesia, y así llamémosla Madre de la Iglesia en la que todos los hijos buscamos las gracias que necesitamos continuamente. El amor a la Virgen, e invocarla con el nombre de Madre nos ayude a amar a nuestras madres y que nos sirva de decidido apoyo para las madres gestantes. Que recemos para que todas las madres encuentren el apoyo que necesitan para ellas y para sus hijos. Pienso en las madres jóvenes, en las que necesitan ayuda, no sólo apoyo; y en la vida de esos hijos que nacerán. Pienso, también, en los niños que acaban de comenzar su curso escolar, despertando a la vida o descubriendo la vida, ¡que se les encamine hacia la Verdad! Recemos por ellos, para que sean hombres y mujeres íntegros, con un ideal de vida por encima de todo, con el ideal de vida propuesto en el Evangelio, Luz para todo ser humano que viene a este mundo. Queda mucho mar abierto pero, por el amor y la fe que profesamos a la Virgen no perdamos la esperanza y hagamos cuanto esté de nuestra parte.
Tal vez con egoísmo, o quizás descubriendo la propia pobreza, permíteme, amigo lector, que te exprese un sentimiento. Perdona por la simpleza y por la confianza, pero siento la necesidad de hacerlo. Quiero compartir contigo el fragmento del Evangelio de San Juan, del relato de la Pasión donde el mismo Jesús entrega a Juan a su Madre. ¡Qué tremendo para una madre! Parece que le cambian el hijo. Admiro el silencio de María. Un dolor terrible, martirial, de pasión, pero silencio, aceptando al Hijo en la Cruz. Quiero la fe de María. ¿Estaré decidido? Es apostar por la Cruz y por la Resurrección. Es acoger al Hijo totalmente, sin medias tintas. Es estar dispuesto a morir con Cristo esperando contra toda esperanza la resurrección. Acabamos de oír en este domingo pasado lo de San Pablo: que para él la vida es Cristo. ¡Qué claro lo tenía!
Pues sí, la vida es Cristo y todo estimado pérdida con tal de ganar a Cristo. En el fondo, éste es el SI de María que la hace grande, y creo que este es el camino de la humanidad, y de una humanidad que quiere renovarse y regenerarse: que Dios lo sea todo. Que Dios sea vida de nuestra vida. Que nada esté antes que Él. Entenderíamos si dijera aquí que nada antes del Amor, pues lo digo, nada antes del Amor, porque el Amor es Dios. Nada antes que el Amor de Dios y nuestra respuesta las apuestas que antes dijimos. Una vez más lo de Santa Teresa de Jesús: “Sólo Dios basta”.
Vuelvo, amigo lector, a las palabras de la liturgia, María esperanza y consuelo de su pueblo. Nuestro consuelo y esperanza. Van unidas a nuestro grito esperanzado en busca de consuelo y por eso invoca a la que estaba al pie de la Cruz y perseveraba en el Cenáculo con los Apóstoles. Que perseveremos en Dios. Que seamos constantes en la fe. Amigo lector, con todas tus necesidades y tus alegrías esto pido para ti al comenzar el curso.
Antonio de Mata Cañizares
Vicario Episcopal