LA PAZ EN BELÉN
Manuel Antonio Menchón
Vicario Episcopal
El orfeón armonizado de los ángeles de Belén volverá a cantar este año, en toda la Iglesia y en todo el mundo: “Paz en la tierra, a los hombres…”
No tengo la pretensión de corregir a los grandes expertos en Biblia o en Liturgia de la Iglesia, pero eso no obsta para que yo exprese que no me acaba de satisfacer la traducción de ese cántico que hacemos cada domingo cuado recitamos o cantamos el himno del “Gloria”: “a los hombres que ama el Señor”. No digo que esta expresión no recoja una gran verdad teológica, pero creo que puede causar equívocos, Puede entenderse que esa paz es sólo para un grupo determinado de seres humanos, que son los que Dios ama, porque también pueda haber otros que no sean amados por Dios. Como si Dios eligiese a quién amar, y a quién detestar; a quién salvar, y a quién condenar .
Y como nosotros somos , a veces, tan orgullosos que queremos hacer un Dios a nuestra imagen y semejanza, pues le asignamos enseguida quienes son esos a los que tiene que amar que, no por casualidad, coinciden con los que nosotros amamos y quienes son aquellos que Dios tiene que dejar de su mano, que no son otros sino aquellos a quienes nosotros no queremos estrechar la nuestra. Mal andaríamos si Dios decidiese quién ha de tener paz, y quién no la ha de tener, según que Dios le ame o no le ame. Porque por más que haga o deje de hacer el hombre, no será capaz de cambiar ni la voluntad ni el amor de Dios. Por eso para que nadie, confundidamente, se aplique, en interés propio, esa buena noticia cantada por el coro angélico, preferiría otras traducciones que aparecen en algunas Biblia en nuestro idioma
Podemos encontrar traducciones de este cántico evangélico, como ésta: “…paz a los hombres en quienes Dios se complace”. Me gusta, porque es la misma expresión que el Padre Dios utiliza cuando habla de su Hijo: “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco” Complacer tiene una riqueza de sinónimos que puede servirnos para comprender mejor lo que Dios siente por todos los hombres: satisfacer, interesar, contentar, encantar, deleitar, alegrar, regocijar… Sí, somos el deleite, el gozo, la satisfacción, la alegría y regocijo de Dios. Es decir que lo que los ángeles de Belén nos recuerdan es que Dios nos da su paz, porque nos ama. Por eso, porque los hombres son el objeto del amor divino, se opera la maravilla que convierte a la noche de Belén tan luminosa impensadamente como el día: “la gloria del Señor los envolvió en su luz”.
Es cierto que esa paz que Dios ha decidido derramar sobre la tierra no llega a todos los hombres, a las pruebas de la historia me remito, de la historia pasada y tristemente de la presente. Pero no llueve sobre todos ese rocío de paz celestial, porque es necesario cumplir un requisito, que depende del hombre, no de Dios, y es el mostrar o tener buena voluntad (“paz a los hombres de buena voluntad”) o el comportarse de modo que Dios tenga buena opinión sobre ellos.
La paz que Dios nos trae, la paz bíblica, (en hebreo Shalom) , significa mucho más de lo que nosotros solemos entender. La “paz” es el compendio de todos los bienes mesiánicos: gloria, riqueza, salvación, vida…, y, en todo caso, únicamente es posible como fruto de la justicia.
La paz entendida como simple ausencia de guerra “caliente” no tiene valor alguno, no es la paz que viene de Dios. No es de extrañar la violencia de cada día. Si algo de paz disfrutamos se debe al miedo, al equilibrio del terror, no al amor ni a la justicia.
Por eso no hay verdadera paz, porque no todos los hombres agradamos a Dios como Él se complace con nosotros sus hijos, buenos o malos. Incluso vivimos obsesionados porque no existe una solución que permita conseguir la paz de la especie humana para siempre jamás.
¿No existe una solución ? San Francisco de Asís diría que sí, que Dios es más grande que nuestro corazón, que Dios puede domesticar al lobo fiero que llevamos dentro.
La solución es un Niño que tiene por nombre Jesús, que se ha dado a los hombres como salvación y como paz. No hay otra solución. No esperamos gran cosa de las conversaciones de los grandes, de los organismos internacionales, de los progresos de la ciencia y la técnica. Lo esperamos todo del Dios-con-nosotros y de todos los que se esfuerzan por seguirlo. Aquellos de los que Dios se siente contento como con su Hijo.
Vamos a intentar esta Navidad que se haga realidad el cántico de Belén. Para eso no bastará con oraciones, deseos y discursos. Seamos verdaderos sembradores de la paz. Si no todos podemos llegar a ser grandes profetas o premios Nobel de la paz, sí podemos ser maestros albañiles o simplemente peones en la construcción de la nueva sociedad. Se impone la política de los sencillos progresos: una reconciliación, un perdón, una cercanía cariñosa, una paciencia, una palabra, un diálogo, una denuncia valiente, una lucha perseverante. Un pequeño gesto pacificador vale más que muchos discursos sobre la paz.
¡Paz en la tierra los hombres, porque Dios los ama!