EN COMUNIÓN CON DIOS Y CON LOS HERMANOS
El tiempo litúrgico de Navidad concluye con la fiesta del Bautismo del Señor. La normalidad en las calles llega después de Epifanía. El Bautismo del Señor no nos lleva a contemplar la infancia de Jesús sino a Jesús adulto que va a comenzar su vida pública y se identifica con el Siervo de Dios proclamado y presentado como Hijo amado del Padre.
Que hayamos recibido el Bautismo al comienzo de nuestra vida, nos descubre que estamos consagrados al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. En nombre de la Trinidad fuimos bautizados: hijos del Padre en el Hijo Jesucristo, y constituidos en templo del Espíritu Santo. El Bautismo es el “sí” radical que damos a Cristo que ha venido para darnos la vida eterna. Basta observar el rito del Bautismo, el momento de las promesas bautismales compuesto por tres “no” y tres “sí” que afirman nuestra adhesión incondicional a Dios, que nos ha creado y es el sentido pleno de nuestra existencia, que no ha permanecido oculto sino que en Jesús se muestra como Camino, Verdad y Vida. Negamos lo que significa quebrar la comunión con Dios y con los hermanos, esto es, el pecado en cualquiera de sus manifestaciones. Nuestro “sí” radical también a la comunión de la Iglesia, sacramento de Cristo en nuestra historia personal.
El Papa Francisco comenzó el pasado miércoles un ciclo de catequesis sobre los sacramentos, y la primera la dedicó al sacramento del Bautismo. Entresacamos algunas afirmaciones: “Estamos llamados a vivir nuestro Bautismo todos los días, como una realidad actual en nuestra existencia. Si conseguimos seguir a Jesús y a permanecer en la Iglesia, a pesar de nuestras limitaciones, nuestras fragilidades y nuestros pecados es precisamente por el Sacramento en el que nos hemos convertido en nuevas criaturas y hemos sido revestidos de Cristo. Es en virtud del Bautismo, en efecto, que, liberados del pecado original, estamos injertados en la relación de Jesús con Dios Padre; que somos portadores de una esperanza nueva, porque el Bautismo nos da esta esperanza nueva. La esperanza de ir por el camino de la salvación, toda la vida. Y a esta esperanza nada y nadie la puede apagar, porque la esperanza no defrauda. Acuérdense. Esto es verdad. La esperanza del Señor no defrauda nunca. Gracias al Bautismo somos capaces de perdonar y de amar también a quien nos ofende y nos hace mal; logramos reconocer en los últimos y en los pobres el rostro del Señor que nos visita y se hace cercano. Y esto, el Bautismo, nos ayuda a reconocer en el rostro de las personas necesitadas, en los que sufren, también de nuestro prójimo, el rostro de Jesús. Es gracias a esta fuerza del Bautismo”.
Cada día demos gracias por la fe y por el Bautismo; por la gracia de ser hijos de Dios y la misión de ser hermanos. Aprendamos de Jesús.
Antonio de Mata Cañizares
Vicario Episcopal