Jesús García AízLa Mirada de la Fe

DIOS TOMA LA INICIATIVA POR LA PALABRA

Dice el prólogo de la carta a los Hebreos: “Muchas veces y de muchas formas habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas. En esta etapa final nos ha hablado por medio de su Hijo” (Hb 1, 1-2). En efecto, fueron muchos los modos en que Dios se manifestó a lo largo de la historia, pero en los últimos tiempos, es decir, en el momento de la plenitud de los tiempos, Dios nos ha hablado por medio de Jesús de Nazaret. Y este “por medio” señala verdaderamente una mediación del todo singular, porque atestigua que Jesús no solamente fue vehículo de la Palabra del Padre, sino que Él mismo era la Palabra anunciada. Con razón decían sus oyentes: “¡Nunca nadie ha hablado así!”

Jesucristo, siendo verdaderamente hombre, abre al hombre la posibilidad de Dios. Reconfigura, de este modo, nuestro plano histórico. Rasga lo finito al infinito, abriendo puertas en el corazón de cada hombre para una historia mucho mayor. Potencia una vida humana donde aquello que pensamos que eran cosas relativas, como el amor, la justicia, el bien y la belleza, pueden ser vividas como absoluto o como niveles de absoluto.

No se trata de una reforma del comportamiento, porque Jesús no fue un moralista ni un ideólogo, ni siquiera fundó una escuela de sabiduría. Lo que hizo fue inscribir en la historia la posibilidad de lo divino. Su anuncio es el Reino de Dios. Y esa proximidad representa la gran sacudida, el sobresalto que Él trajo. Lo divino es el elemento más transformador e insurrecto de la historia, pues su palabra es la Palabra de Dios.

Por eso, por ejemplo, en todo el corpus evangélico no se dice nunca que una palabra o palabras de Dios fueran dirigidas a Jesús, como tan frecuentemente se encuentra en los profetas y, más tarde, en los Hechos de los Apóstoles (Hch 10, 1-22). Hecho tanto más desconcertante cuanto que se sabe que Jesús era el revelador por excelencia del Padre. El motivo no puede ser sino la unión de Jesús con el Padre, lapidariamente descrita por la afirmación de Mt 11, 27: “Todo me lo ha encomendado mi Padre: nadie conoce al Hijo sino el Padre; nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo decida revelárselo”.

De este modo, referirnos a Jesús en cuanto Palabra de Dios, nos obliga necesariamente a referir el misterio de la Encarnación y a extraer las consecuencias inherentes. El acontecimiento total de Jesucristo, en su humanísima presencia, es epifanía de Dios.

Así, cuando se habla, por ejemplo, de la poética de Jesús, debemos, sin duda, hablar de las parábolas y de los dichos de Jesús, y también debemos tener en cuenta su poética somática: poética del cuerpo real y del cuerpo simbólico, poética del corazón, poética de la mirada, poética del gesto. La filiación divina se ha revelado en un pathos humano concreto, que no debe quedar en la sombra. Así pues, en definitiva, Dios toma la iniciativa por la palabra.

Jesús García Aiz

 

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