A QUIEN MAL ÁRBOL SE ARRIMA…
Últimamente está de moda hablar de “personas tóxicas” o de relaciones tóxicas. Fue simplemente ponerle nombre a algo que ya sabíamos: hay personas que no te hacen bien, que inoculan veneno en tu vida. La psicóloga clínica y técnica en educación emocional, María Dolors Mas afirma que “las personas suelen ser tóxicas dentro de relaciones interpersonales como la familia, el trabajo o las relaciones amorosas, contexto en el que hacen daño a través del desgaste, la intimidación, la culpa o haciendo ver que los demás no existen”.
Todos hemos tenido la experiencia de personas que sus comentarios, su forma de ver la vida, siempre con acritud; su evaluación negativa de las personas y acontecimientos; en definitiva, su influencia no nos hace bien. Lo sorprendente (si me permiten la expresión “lo que es para darse de tortas”) es que, a veces, nos pegamos a ellos, a sabiendas de que su influencia no es buena para nosotros. Es un misterio que, conscientes que llamando a “fulanito” (tóxico) para hablar sobre lo que pasó en el trabajo esta mañana, vamos a acabar más enfadados con los compañeros que antes de llamarlos; o que ir a tomar café con la amiga (tóxica) para comentar el fin de semana, vamos a acabar poniendo a parir a todos los demás (a excepción de las dos interlocutoras). Y digo que es un misterio porque no hay quien nos comprenda.
En el otro lado están las personas luminosas: personas que aportan luz siempre. Que, con empatía, saben disculpar a los otros; que quitan yerro a las situaciones; que saben tender puentes; que te hacen descubrir tus propias trampas; que aconsejan bien y que, queriéndote, saben asertivamente, bajarte los humos y pacificarte. Son esas personas que, en palabras de San Pablo, “han recibido el especial carisma del discernimiento”. Es decir, personas que te ayudan a valorar con realismo, y a mirar con misericordia.
La lectura del libro de Samuel de hoy jueves que escribo estas líneas, describe a un Saúl que escucha rumores y cantos que le comparan con David. Saúl se llena de envidia y de furia, tanto que planea matarlo. El hijo de Saúl, Jonatán, habló con su padre a favor de David y éste le perdonó. Hace tantos años de su redacción y ya encontramos personas tóxicas y luminosas.
Es cierto que no es lo mismo tener que poner límites a una persona tóxica desconocida, algo más fácil de llevar a cabo porque no existen lazos afectivos, que tener que hacerlo con alguien que forma parte de nuestro entorno más cercano como puede ser la familia o el trabajo. Pero lo que sí que está en nuestra mano es no “arrimarnos” a ellos o saber ponerse un buen impermeable emocional ante estas personas a las que estamos “condenados” a convivir.
Apostemos por vivir desde una espiritualidad que nos haga escuchar más la voz que viene de Dios y de personas que susurran su mensaje; aprendamos a construirvínculos amorosos con los demás; rodeémonos de muchos “Jonatanes” que hay cerca de nuestra vidas y es muy probable que la gente tóxica se aleje sola. Al final, como casi todo en la vida, depende de a qué sombra nos arrimemos.
Ramón Bogas Crespo