DOMINGO XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO
UN MUNDO, SIN DIOS EN LA VIDA PERO CON DIOS EN LOS TEMPLOS, NO TIENE FUTURO
Era lógico que unos galileos recién llegados a Jerusalén se quedaran “de piedra” ante la monumentalidad del Templo, y eso que aún estaba en reconstrucción. El templo de Jerusalén era el edificio más imponente y magnífico de toda la ciudad; Los judíos, orgullosos por tener a Dios entre ellos, no habían parado de embellecer su lugar de residencia durante siglos.
Los discípulos de Jesús, como buenos judíos, estaban convencidos de tener a Dios a su disposición en el templo, esperándoles cuando quisieran visitarle, pensaban no poder perder a Dios, porque sabían dónde encontrarle… Pero lo perdieron, porque, creyendo que sólo residía en el Templo de Jerusalén, no supieron encontrarlo a diario en sus vidas y en su mundo.
Jesús tiene un modo diverso de “mirar” las cosas. A él, en cambio, no le impresionó el esplendor del templo, pues estaba seguro de su ruina futura. Como así sucedió. Y es que, entonces y hoy, un mundo que rechaza a Jesús y su evangelio, un mundo en el que Dios no tiene cabida, es un mundo sin porvenir. Por eso hoy nos advierte, que un mundo que destierra a Dios, aunque sea encerrándolo en un bonito templo, no tiene futuro.
No hay mucha diferencia con nuestro mundo de hoy. También muchos cristianos creen o creemos que Dios habita en los templos hermosos o sencillos que nosotros le construimos y que allí está para cuando nos haga falta, pero en la calle que nos deje vivir a nuestro antojo. Quienes creen o creemos que Dios existe y vive junto a nosotros, nos empeñamos en no esperar a Dios, en no echarle en falta, en no cuidarnos de Él y hacer su voluntad, porque nos ilusionamos con saber que está detrás de las puertas de nuestras iglesias. Nos podemos llegar a creer que está siempre allí donde le hemos colocado: tenerle en un lugar, nos evita tener que buscarle en todos los demás; encerrándole en un templo, adonde acudimos, siempre que queremos que haga nuestra voluntad.
Peor aún, nos podemos sentir libres de hacer su voluntad, allí donde nos parece que no está para nosotros. Un mundo, sin Dios en la vida pero con Dios en los templos, no tiene futuro alguno, ni nos merece pena alguna. No tendría que resultarnos bonito ni atrayente un templo, por magnífico que sea, si es el único lugar donde buscamos a Dios.
Manuel Antonio Menchón
Vicario Episcopal