DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO
El verdadero culto cristiano
Esta parábola pertenece al mismo contexto que la anterior que vimos el domingo pasado, la polémica de Jesús con los sacerdotes y ancianos a causa de la descalificación del templo. El contexto ayuda a comprender su significado.
El templo judío en el plan de Dios debería ser expresión externa de una vida consagrada a hacer su voluntad, resumida en las tablas de la alianza, amor a Dios y amor al prójimo. La realidad sin embargo contradecía esta finalidad y por ello los profetas denunciaron un culto vacío (por ejemplo Is 1,10-20) e incluso anunciaron la destrucción del templo (por ejemplo Jer 26), pero no fueron escuchados e incluso fueron maltratados, como fue el caso de Jeremías. Esta situación negativa continuaba en tiempos de Jesús, el enviado escatológico de Dios, y la denunció simbólicamente expulsando a los vendedores, que eran expresión de un templo al servicio de intereses económicos. El culto del templo necesitaba animales. Para eso existían mercados en las afueras, pero algunos mercaderes alquilaban los pórticos del templo como lugar privilegiado para la venta, pagando un alquiler a los sumos sacerdotes, responsables del conjunto. Por ello los sumos sacerdotes piden cuenta a Jesús por actuar contra lo que ellos han autorizado.
En el fondo el mensaje de Jesús contradecía diametralmente la religiosidad de los responsables religiosos judíos: para Jesús el culto que el Padre nos pide es existencial, la entrega de la vida, mientras que el culto que tiene lugar en el templo es puramente material y externo, sin compromiso alguno con la voluntad de Dios. Era un culto fácil, que tranquilaba las conciencias sin compromiso alguno con la voluntad de Dios, pero realmente era un engaño, pues no agradaba a Dios.
La viña es el pueblo de Dios, plantado por él para llevar a cabo su plan salvador. El tema era conocido, pues ya aparece en Isaías (cf. 1ª lectura). En tiempos de Jesús eran corrientes los latifundios en Galilea, pertenecientes a dueños que vivían en las ciudades griegas de la zona, que los arrendaban a gente del lugar. Arrendatario aquí es el pueblo judío, representado en sus responsables religiosos. Con ello se quiere significar que “pueblo de Dios” y “pueblo judío” no se identifican sin más; en el tiempo del Antiguo Testamento coincidían como una tarea que Dios encomendaba, pero que podía quitar. Dios envía por dos veces siervos, los profetas, para recibir su parte, pero fueron rechazados e incluso maltratados; finalmente envía a su Hijo, el heredero, pero es asesinado para quedarse con la herencia, es decir, continuar con ese tipo de religiosidad – el judaísmo que llega hasta nuestros días- en lugar de la transformación existencial que enseña Jesús. Consecuencia: el dueño quita la viña al pueblo judío, que deja de ser “pueblo de Dios”, y la entrega a otras personas, judías y gentiles, que dan los frutos, aceptando a Cristo, la piedra angular rechazada, y su culto existencial.
La palabra de Dios cuestiona nuestro tipo de culto. La Eucaristía es celebración del culto existencial de Jesús; participar en ella es unir nuestra vida a la de Jesús, la piedra angular, para vivir como él, haciendo la voluntad de Dios, amando a Dios y al prójima en las circunstancias concretas de nuestra vida. Pero existe el peligro de convertirla en un rito rutinario legalista y vacío. En los primeros siglos de la Iglesia llamaban a los cristianos ateos, porque no participaban en los cultos religiosos del Imperio y porque no se distinguían públicamente por solemnes cultos semejantes a los de ellos sino por su amor mutuo. En el contexto pagano religioso se identificaba con practicante de cultos, pero para los cristianos religioso es el que hace la voluntad de Dios. A comienzos de curso viene bien cuestionar la autenticidad de nuestro culto cristiano.
Finalmente hay que evitar una presentación antijudía del texto. El pueblo judío sigue siendo amado de Dios (Rom 11,29) y sus prácticas religiosas siguen siendo válidas siempre que las realizan con el espíritu que enseñan los profetas, como expresión de una vida consagrada a Dios. Lo que han perdido ha sido el ser signo exclusivo del Reino de Dios en la tierra.
Primera lectura: Lectura del libro del profeta Isaías 5,1-7: la viña del Señor de los Ejércitos es la Casa de Israel
Salmo responsorial: Salmo 79: La viña del Señor es la Casa de Israel
Segunda lectura: Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses 4,6-9: Poned esto por obra y el Dios de la paz estará con vosotros
Evangelio: Lectura del santo Evangelio según san Mateo 21,23-33: El Señor arrendará la viña a otros viñadores que den sus frutos.