DOMINGO XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO
DESPRENDERSE DE SÍ MISMO
Los cristianos, incluso los que intentamos vivir nuestra fe con una cierta honestidad, siempre podemos caer en la tentación de dejarnos seducir por otras situaciones de la vida: el trabajo, el consumo, los amigos, la comodidad, las dificultades con que nos tropezamos… El mayor freno a nuestro compromiso cristiano puede estar en nosotros mismos si no somos capaces de situar los acontecimientos, las cosas y las personas en el lugar que les corresponde en nuestra vida.
Hay quienes se han desprendido, en el seguimiento de Jesús, de cosas materiales. No están obsesionados por el tener. Pero, sin embargo, no son plenamente discípulos de Jesús, porque no saben o no quieren despojarse de lo fundamental: desprenderse de sí mismos. Desligarse de su rutina religiosa y su miedo a Dios, de sus manías y prejuicios, de su intransigencia y cerrazón. Estos creen que son discípulos pero no lo son porque o bien no han querido o no han podido apreciar el amor de Dios copiosamente.
Lo más difícil, las redes y barcas que más nos cuestan dejar en la orilla cuando el Señor nos llama, no es tanto el amor a las cosas materiales y a las personas que nos rodean, sino desenredarnos y desembarcarnos nosotros mismos. Cuando estamos muy centrados en nuestra vida, cuando estamos obsesivamente preocupados por nosotros, por nuestro futuro, por nuestra situación, es muy difícil que el amor de Dios perdure en nosotros ya que nuestros intereses serán otros.
Por eso cuando el Señor dice: “Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío”, no está haciendo un desprecio al amor hacia los más cercanos. No nos dice que les dejemos de amar., aunque muchos de los amores de la vida nos pueden apartar del camino del seguimiento al Señor y, en casos, pueden convertirse en una trampa para nuestra libertad. Lo que nos recuerda es que el amor más grande lo tenemos que tener hacia Dios. Así bebiendo en la verdadera fuente del amor aprenderemos a amar mucho mejor a los otros.
Seguir al Señor es intentar vivir como Él vivió. Su vida fue una total donación por encima de los lazos familiares y de las relaciones filiales. Instauró una nueva forma de relación entre los seres humanos: ver a todos, de una manera especial a los más débiles y necesitados, como miembros de la propia familia de Dios, de esa manera todos pasamos a la categoría de hermanos en el Señor.
La conclusión del mensaje de hoy es que seguir a Jesús es una cosa seria. En nuestra Iglesia, para algunos, ser cristiano no ha sido una opción personal, ni una decisión de vida, sino un simple fenómeno cultural. No se les ha pasado por la cabeza tomar una opción. Quien se bautiza de niño, es cristiano. Mucha gente es cristiana porque nació así y muere así, sin haber tenido nunca la idea de optar, de asumir lo que significa ser cristiano de verdad.
Manuel Antonio Mechón
Vicario Episcopal