DOMINGO XIX DEL TIEMPO ORDINARIO
NO TEMÁIS
Ante la situación y el ritmo de vida, ante los criterios e ideologías reinantes en la actualidad, los cristianos podemos pensar que somos una notoria minoría. Es cierto que somos muchos los que hemos sido bautizados, y que los católicos ocupan el primer puesto respecto de todas las confesiones cristianas en nuestro país. No obstante, podemos pensar que somos pocos, que no influimos casi nada en la marcha del mundo, que no conseguimos preservar a nuestra sociedad de todo tipo de corrupción y amoralidad. Al ver como la maldad y el error ocupan grandes extensiones de la tierra, es para algunos cristianos motivo de desaliento y de miedo.
En los Evangelios, vemos al Señor frecuentemente animando a sus discípulos, asustados y preocupados al ver que los letrados y los fariseos, lo mismo que los saduceos y los sumos sacerdotes, miraran con recelo a Jesús, que no aceptaran sus palabras ni reconocieran las obras prodigiosas que su Maestro realizaba, que dijeran que Jesús actuaba de aquel modo apoyado con la fuerza del Demonio. Sobre todo debía alarmarles como aquel recelo de los poderosos se iba convirtiendo en odio a muerte, en intentos fallidos por el momento de lapidar al Señor.
Jesús, que leía en sus corazones, contemplaba con pena aquellos temores, aquel miedo que se iba adentrando en el corazón de los suyos. No temas, mi pequeño rebaño, les dice con ternura, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el Reino… La amistad y el cariño de Cristo les animaba a seguir a su lado. A pesar de esto, es posible que alguna duda se cruzara de vez en cuando por la mente de aquellos hombres sencillos.
El miedo de los discípulos de Jesús se ha prolongado a lo largo de la historia y ese miedo es hoy el nuestro.
Tenemos demasiados miedos: Tenemos miedo a la libertad. Sobre todo a la libertad de los otros, que suelen ser los “malos” y a los que juzgamos irresponsables.
Tenemos miedo a la verdad o a no tener la verdad, a dudar y a preguntar. Por eso preferimos con frecuencia la adhesión incondicional a la crítica responsable, la descalificación trasnochada al diálogo sincero con aquellos que no piensan igual que nosotros. Tenemos miedo al cambio y recelamos de lo nuevo simplemente porque es nuevo. Tenemos miedo a perder posiciones, riquezas, privilegios, poder… Y aunque no tengamos nada que perder, a veces resulta que seguimos teniendo miedo porque nos lo meten en el cuerpo aquellos que lo tienen todo.
Y resulta sorprendente cómo el miedo, que en definitiva es miedo a morir, nos hace anticipar la muerte, pues que nos hace vivir muertos de miedo.
Manuel Antonio Menchón
Vicario Episcopal