DOMINGO XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO
ORAR: VIVIR LA INTIMIDAD CON EL AMADO
Jesús cuenta a sus discípulos la historia del juez indigno, que no cree ni en Dios ni en los hombres, pero que termina atendiendo a la viuda para que lo deje en paz. La viuda no se ha rendido; ha perseverado en su demanda hasta ser escuchada. El mismo evangelista nos aclara que esta parábola tenía como fin enseñar a sus discípulos “la necesidad de orar siempre, sin desanimarse jamás“.
El domingo pasado hablábamos de la gratitud como actitud necesaria del discípulo ante Dios. Solo uno de los diez leprosos vino a postrarse ante el Señor y le dijo: Gracias. Hoy, Jesús, dice a sus discípulos que “hay que orar siempre“. La verdad es que la oración es una cuenta pendiente en muchos cristianos. No porque no quieran orar, sino porque no saben, al menos eso dicen ellos. Yo creo que el art de orar puede simplificarse mucho, sin tener que recurrir a métodos extraordinarios, si lo equiparamos a la actitud de los enamorados. Porque orar es algo muy parecido a hablar con quien se está enamorado. Los enamorados se echan de menos. Quieren estar juntos. Necesitan comunicarse. Y hoy, con los móviles, los “sms”, los “whatsapp” y las “redes sociales”, la comunicación es mucho más perseverante.
Los grandes orantes han sido los grandes enamorados del Señor: san Agustín, Francisco de Asís, Teresa de Ávila, Juan de la Cruz, Teresa de Lisieux,Madre Teresa de Calcuta, Padre Pío de Pietrelcina, Gema Galgani, Edith Stein, Maximiliano Kolbe, Madre Maravillas de Jesús… cristianos enamorados que hicieron de la oración su cordón umbilical, su teléfono móvil, su comunicación con Dios Padre.
El cristiano apasionado echa de menos a su Padre, quiere estar cerca de Dios y necesita comunicarse con su Dios. Y la oración es una manera de vivir en intimidad con el amado, con Dios. Todos tenemos mil razones para no orar. El trabajo, los niños, el ajetreo, la rapidez de la vida, los amigos, la televisión y los deportes… En el fondo, creo que los cristianos que no saben cómo poder orar, les falta un primer paso en su recorrido de fe: conocer más a Jesús, porque cuando más se le conoce más queda uno seducido por él, más enamorado de él y entonces la oración surge espontánea y deseada.
Hay también cristianos que piensan que la oración no sirve para nada. Que la oración no frenará las guerras, no destruirá las drogas, no detendrá la muerte… Cierto, la oración no es una gestión interesada o productiva, pero tampoco es el último “clavo ardiendo” cuando todo ha fracasado.
La oración es el primer deber, la primera necesidad del creyente.
Manuel Antonio Menchón
Vicario Episcopal