DOMINGO XIV DEL TIEMPO ORDINARIO
DEMASIADA MIES PARA TAN POCOS OBREROS
Se dice, y no sin razón, que nos invade una mentalidad laicista que quiere borrar la halo de Dios en nuestra vida y en nuestra sociedad, enseñándonos a vivir prescindiendo de Dios. Se trata de eliminar todo sentido religioso en el hombre, para pensar sólo en las cosas de este mundo.
Ante esta situación, ¿qué podemos hacer los cristianos? En muchas ocasiones tendríamos que confesar que nuestro mensaje resulta extraordinariamente soso y apagado, le falta “gancho”, no cautiva a nadie, quizá porque no nos ha cautivado previamente a nosotros. Nadie da lo que no tiene.
El Evangelio nos dice que tenemos que rogar al dueño de la mies para que nos mande obreros a trabajar en ella. Pero, ¿no seremos nosotros uno de esos obreros?
“La mies es abundante y los obreros pocos; pedid al dueño de la mies que envíe más obreros a su mies”. Este fragmento del evangelio es con frecuencia utilizado para hacer promoción y oración por las vocaciones sacerdotales y religiosas. ¡Claro que es muy válido! Pero las vocaciones sacerdotales y religiosas no son la única ni indefectiblemente la mejor forma de ser discípulos y apóstoles. Son, sencillamente, una forma de trabajar en la siega de la mies para el Reinado de Dios..
La siega a la que el Seño nos invita es una tarea propia de todo discípulo que conociendo íntimamente al Señor, tiene un mensaje de amor para la humanidad. Y todos los cristianos somos “vocacionados”, llamados por Dios a dar testimonio del Amor.
Pero además, la llamada que hoy nos hace el Señor, es como encargo urgente dado a sus discípulos a los que nos envía es a todas las gentes de todos los rincones del mundo. Jesús les entrega precisas instrucciones, en especial hacia las familias que les darían hospedaje. Pero el objetivo central de esta excursión sería anunciar que el Reino de Dios estaba cerca.
Hoy entendemos ese Reino como un futuro mejor de paz y de justicia, que ha de llegar a nuestro mundo. Un programa en el cual hombres y mujeres de buena voluntad estamos empeñados. Valdría pensar entonces si más allá de nuestras devociones y prácticas religiosas, somos agentes de cambio, trabajando por ese mundo de bien que Dios desea para la humanidad, aunque gran parte de esa humanidad, quiera prescindir de Dios.
Esa orden debía resonar en nuestros oídos y ser tan eficaz como lo fue en el momento en que la dio verbalmente a aquellos hombres que estaban cerca de El. Porque hoy, como ayer, el cristiano debe ser un hombre dispuesto a caminar por todos los lugares para anunciar a los hombres que está cerca de ellos el reino de Dios. El cristiano debe ser un hombre itinerante, que se sienta en situación de caminar. Quizá todo lo contrario de como aparecen generalmente algunos cristianos, que más bien son sedentarios y perezosos, que viven cómodamente instalados en sus comodidades y seguridades, sin tener la afán irresistible de contar a los demás qué han descubierto al encontrarse con el Señor. Claro está que para ponerse en camino e ir a los hombres a decirles algo, hay que tener algo que decir. De lo contrario, se comprende la inmovilidad y la inercia.
Manuel Antonio Menchón
Vicario Episcopal