Comentario Bíblico Ciclo B

DOMINGO XI DEL TIEMPO ORDINARIO

colaboradores humildes y responsables en la obra del reino

Las dos parábolas del evangelio de hoy subrayan el protagonismo de Dios en la obra del reino. Se trata del “reino de Dios”, es decir, del reino que va a construir Dios, el protagonista de su obra, no nosotros. Nuestra colaboración básica no es construir el reino sino “dejarnos construir”, dejar que Dios reine en nosotros, entregándole confiadamente nuestra voluntad.

Ambas parábolas las pronunció Jesús en un momento en que sus discípulos estaban desanimados porque la masa estaba abandonándole y parecía que su obra iba al fracaso. Les asegura que “habrá cosecha”, llegará el reino. El problema no es si llegará o no el reino, que llegará, sino quiénes serán sus beneficiarios. La primera enseña que habrá cosecha final, porque Dios Padre es el protagonista. Él ha sembrado la semilla del reino por medio de Jesús y este proceso dinámico llegará hasta el final. Por eso el creyente tiene que mantener su optimismo a pesar de la incredulidad y el ambiente negativo. La segunda está dicha con el mismo motivo que se manifestaba también en el pequeño número de seguidores. Compara la pequeñez del presente (el grano de mostaza) con la grandeza del futuro (el gran arbusto, “en que anidan los pájaros del cielo”: 1ª lectura: anuncio de la llegada de los pueblos al reino), afirmando que en la pequeñez del presente está oculta la grandeza del futuro. ¿Cómo? Por un milagro de Dios. Los oyentes de Jesús, en una cultura precientífica, creían que cada semilla sembrada se transformaba en planta o árbol por un milagro de Dios. Jesús empleó esta creencia para hacer ver a sus oyentes que de la pobreza actual vendrá la riqueza futura, no por desarrollo natural, sino porque Dios la transformará milagrosamente.

Esta lección ilumina la pobreza actual de las comunidades cristianas, que nos puede desanimar. Son frecuentes las noticias negativas sobre la Iglesia, es difícil encontrar comunidades cristianas que nos ilusionen, incluso dentro de las comunidades que nos parecen ideales, aparece el mal… Realmente ¿vale la pena integrarse en la comunidad cristiana? La parábola nos enseña que el cristiano no vive de expectativas humanas (lo que dan de sí, lo que podemos esperar de los miembros actuales de la Iglesia y de sus obras) sino de esperanzas cristianas, fundadas en la palabra de Dios todopoderoso. Y es lógico. La comunidad está compuesta de personas libres, todas “con derecho a pecar” y desgraciadamente todos ejercen este derecho y lo ejercen permanentemente. El resultado será que toda comunidad será permanentemente pecadora, pero santa a la vez porque en ella está presente Jesús. Por ello hay que evitar las “fiebres puritanas” que de vez en cuando atacan a individuos o grupos con sueños utópicos, que ni ellos mismos viven porque no dejan de ser pecadores, a la que vez que el pesimismo o el pasotismo, el primero porque olvida que Jesús está siempre dinámicamente presente entre nosotros con su Espíritu y “habrá cosecha”, el segundo porque Dios quiere y cuenta con nuestra propia colaboración.

El mensaje de Jesús es realista e invita a colaborar de forma humilde, conscientes de nuestra pobreza, y responsable, primero dejándonos transformar por Dios, pues es una hipocresía querer cambiar personas y estructuras sin cambiarse uno a sí mismo, después trabajando por un mundo mejor que responda al plan de Dios. En esta obra del reino Dios cuenta con cada uno de nosotros según su situación, cada uno según “los talentos recibidos”, de lo que tendrá que dar cuenta, como recuerda el final de la 2ª lectura: nos esforzamos en agradarle, porque todos tendremos que comparecer ante el tribunal de Cristo para recibir premio o castigo por lo que hayamos he­cho.

En esta tarea el cristiano coincidirá y a veces debe colaborar con otras personas, movidas por otros ideales, de las que se debe distinguir por la finalidad y espíritu de la tarea. No se trata de transformar este mundo en un paraíso, pues es imposible mientras no se cambie el corazón de los hombres. El reino final es obra de Dios. Pero sí de mejorar sustancialmente este mundo, eliminando todo tipo de injusticias estructurales y colaborando por la promoción humana y espiritual de las personas.

La celebración de la Eucaristía es garantía del futuro. En ella está presente Cristo resucitado, el que vendrá en la parusía, nos juzgará e instaurará plenamente el reino. Ahora viene a purificar y alimentar a su comunidad pecadora para que crezca en santidad y colabore activamente en la obra del Padre.

Primera lectura: Ezequiel 17,22-24: Ensalza los árboles humildes

Salmo responsorial: Sal 91,2-3. 13-14. 15-16: Es bueno dar gracias al Señor.

Segunda lectura: 2 Corintios 5,6-10: todos tendremos que comparecer ante el tribunal de Cristo.

Evangelio: Marcos 4,26-34: parábolas de semilla que crece sola y del grano de mostaza.

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