VIVIR SIN MASCARADAS
Hasta no hace mucho tiempo que en nuestro país se celebraban el Carnaval y la Cuaresma. Muy a su manera, por supuesto En carnaval los disfraces, chirigotas y desfiles y en cuaresma: recato, devociones y cara melancólica, que no dejaban de ser, en muchas ocasiones, otras máscaras postizas.
Muchos vivían tres o más días aparentando lo que de verdad eran. Y luego, durante cuarenta días, esos mismos, no todos indudablemente, se consagraban a aparentar lo que, en realidad, tampoco eran. Durante el carnaval encubrían el semblante verdadero tras un disfraz para tapar la sonrojo que ponía en sus mejillas la vergüenza. En la cuaresma también había quienes conseguían dar la estampa de penitencia y fervor sinceros, obedeciendo todas las normas referentes a los alimentos que podían paladearse o no en determinados días.
Así que, en cuaresma, sin esconderse detrás de un disfraz o una máscara, muchos estaban igual de enmascarados que en carnaval, igualmente aparentando lo que no eran. Aunque esto último no les lograba sacar los colores.
Carnaval y Cuaresma siempre han ido de la mano, con la ceniza de por medio. Al analizar el sentido de las celebraciones, resulta obvio que estamos frente a un itinerario que va de lo instintivo a los místico, de las luces del baile al cirio encendido, de disfrute sin tope al dolorido “via-crucis”, del desfile de comparsas y chirigotas a los desfiles procesionales, del rey o reina del carnaval al Cristo Rey, vencedor de la muerte… es decir, de lo casi animal a lo casi celestial.
Las tradiciones religiosas o profanas son solo eso: tradiciones. Y como tales, merecen ser revisadas, porque, el hecho de que sean antiguas, no significa siempre que sean buenas o que deban mantenerse. Por eso no puede ni debe darse el paso del carnaval a la cuaresma, por una simple cruz de ceniza en la frente, con la que salimos de la Iglesia un poco disfrazados, pero sin haber hecho eco en el corazón a la invitación evangélica con la que se nos impone la ceniza: “Convertíos y creed en el Evangelio”. Pero, lo más grave, es que ese nuevo disfraz del Miércoles de Ceniza, a veces, puede ser el vendaje que nos tapa los ojos para ver la realidad y nos impide leer el Evangelio. Por eso ocurre que en la Iglesia hay personas disfrazadas de sabios, que saben mucha teología y conocen a fondo la Biblia y saben incontables cosas de Dios, de religión, de liturgia…, pero no se enteran de lo que dijo Jesús y de lo que hoy está exigiendo el Señor en este momento histórico presente.
Si recurrimos a la historia, sin la Cuaresma no se puede entender la existencia del Carnaval. En una sociedad laica como la nuestra, donde la Cuaresma ya no tiene sentido para una gran parte del pueblo, ¿debería tenerlo el Carnaval? Damos la impresión habernos quedado con las cáscara y hemos tirado el fruto. Aunque la verdad es que no hace falta el carnaval para observar y observarnos la cantidad de veces que vamos disfrazados por la vida, con esa careta de pura apariencia, pero que no refleja nuestra verdadera identidad. Y lo hacemos con la mayor naturalidad, porque hemos asumido que así hay que caminar por la vida, como en un continuo desfile carnavalesco.
Pero, los creyentes no podemos olvidar que el Miércoles de ceniza, termina el carnaval, -más bien debería terminar, porque hay lugares que prolongan la fiesta más allá de su situación cronológica histórica-. Se acaba la fiesta de los disfraces y máscaras. Ese día, es cuando tendríamos que empezar a quitarnos el disfraz por el que nos conoce todo el mundo y que nos impide ser lo que realmente somos, no lo que los demás quieren que seamos. Eso es lo que nos destruye como personas. Porque mi personalidad es lo que realmente soy.
Según La Palabra de Dios, el cristiano debe vivir de acuerdo a su identidad como hijo de Dios… Alguien que ha “nacido de nuevo” por el Espíritu Santo… su comportamiento no puede pues depender de unas fechas determinadas o de unas tradiciones o festividades… El discípulo de Jesucristo está llamado a vivir sin cambios ni disfraces de identidad… es decir, ha de vivir, sin mascaradas.