DOMINGO VI DEL TIEMPO ORDINARIO
NO BASTA CON NO ROBAR NI MATAR
Es frecuente oír decir a muchos cristianos: «Yo soy bueno (o yo no tengo pecado) porque no robo, ni mato, ni hago mal a nadie»; pero Jesús nos dice que eso no es suficiente, porque hay otras modos de despojar y quitar de en medio a los demás. Con nuestras críticas y murmuraciones, podemos ahogar las ilusiones de otro, podemos arrinconar al prójimo, inhabilitarlo o marginarlo, no sólo nosotros, sino todos los que además escuchen nuestra maledicencia; le podemos guardar rencor; y todo esto también es robar y matar, no con una muerte física, pero sí con una muerte moral y espiritual. Además, cuando Jesús resumió los diez mandamientos en dos, no dijo que consistía no robar y no matar, sino en amar a Dios y al prójimo. Todos los mandamientos están traspasados por el amor. No se trata solo de no matar, ni robar. Es cuestión de tratar a los demás con respeto, con amor, como hermanos. Se trata, en el fondo, de una lucha antigua, de toda la vida, desde el pecado original: la lucha entre el bien y el mal.
El Señor quiere quitar de en medio todas las “caretas” que ocultaban el verdadero rostro del amor y muchas de esas máscaras las puede percibir en nosotros. El discurso de Jesús en la montaña es una llamada a vivir la propuesta de Dios para nuestras vidas en nuestras familias, en nuestros trabajos, entre nuestros amigos y conocidos. Es importante abrir el corazón para que el amor sea el que nos ayude a elegir entre el bien o el mal, entre el individualismo o la comunidad, entre el egoísmo o el compartir, entre la indiferencia o la fraternidad, entre ser como algunos “fariseos hipócritas” o ser “cristianos”, seguidores de Cristo Jesús, el maestro, el amigo de los pobres, el que nunca nos robará ni matara ni nuestra alegría ni nuestro amor ni nuestras esperanza.
Ser cristiano es ser consecuente con las enseñanzas del Señor. Por eso, si estás separado por odio, rencor o egoísmo de los hermanos «deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano», es decir, la fe que profesamos cuando celebramos la Liturgia debería influir en nuestra vida cotidiana y afectar a nuestra conducta. En palabras de Benedicto XVI, «si queremos presentaros ante Él, también debemos ponernos en camino para ir al encuentro unos de otros».
Manuel Antonio Menchón
Vicario Episcopal