DOMINGO IV DE ADVIENTO
ENMANUEL
“Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel” Lo que para el profeta Isaías significaba históricamente la esperanza del futuro político de su país, puesta en un hijo del rey que estaba por nacer, ahora se convierte en “señal” de la encarnación del Hijo de Dios en el seno de una Virgen: María, la madre de Jesús. En él se realizará el verdadero significado del nombre “Enmanuel (Dios-con-nosotros)”. Jesús, el hijo de María y el Hijo de Dios hecho hombre, es el“Dios-con-nosotros, “nacido, según la carne, de la estirpe de David”, como nos recuerda el apóstol Pablo.
Y en el cumplimiento de esa profecía es donde, según el plan salvador de Dios, aparece la figura de un hombre justo según el corazón de Dios: José de Nazaret, descendiente de la familia del rey David.
De esta manera la liturgia de este Domingo inmediatamente anterior a la Navidad, expone c a nuestra contemplación las dos personas que, en realidad, vivieron con mayor intensidad la espera del nacimiento del Señor: la virgen María y el justo José.
El Dios-con-nosotros esperado nos llega por medio de ellos. María se atrevió a dar un paso valiente en su vida al aceptar la invitación divina para asumir la misión desconcertante de ser la madre de Jesús. Esa invitación podía desbaratar sus planes de futuro: el proyecto de formar una familia que había hecho junto a José.
José, por su parte, hombre de fe, aún con dificultades en la comprensión y en la ejecución de lo que Dios le pedía, fue capaz de despojarse de sí mismo y de la lógica de sus criterios y planes para asumir en obediencia total la voluntad y los caminos de Dios.
Aquellos jóvenes campesinos de Nazaret, aceptando con observancia fiel el encargo del Cielo, tuvieron que vivir la gestación y el crecimiento del Enmanuel, en medio de muchas dificultades; supieron ver con nuevos ojos la realidad, pues habían comprendido que Dios les necesitaba, tal como eran y a pesar de su juventud.
Seguramente nunca pudieron imaginar que la aceptación de la voluntad divina en sus vidas, tendría tanta importancia para la historia de la humanidad. Ellos, simplemente se limitaron a confiar y, sobre todo, a mantener viva la esperanza en la manifestación de Dios.
Esa experiencia que tuvieron María y José se nos recrea, al final de este Adviento, a nosotros, porque Dios sigue necesitando unos corazones de padre-madre que lo acojan. Dios sigue demandando y aguardando nuestra respuesta generosa para hacer presente en el mundo al Dios-con-nosotros.
Manuel Antonio Menchón
Vicario Episcopal