DOMINGO II DE ADVIENTO
LA PAZ DE DIOS
El gran anhelo de la humanidad es el de la paz: Una realidad que se nos muestra muy frágil y escasa, cuando somos conscientes que estamos metidos de lleno en un mundo demasiado conflictivo: guerras, terrorismo, fanatismo, agresiones domésticas, pendencias y barbarie en las calles, violencia en las aulas, llamadas a ser espacios de educación para la paz…
Para los cristianos el Adviento debería ser una efectiva marcha por la paz. Por esa paz que nunca podrá ser impuesta por la fuerza ni fruto de leyes humanas, sino de esa paz, don de Dios, que es cantaron los ángeles de Belén: “paz en la tierra a los hombres que ama el Señor”. En este segundo domingo de Adviento se nos invita a acoger la paz de Dios y servirla en bandeja a nuestro mundo.
El profeta Isaías, mediante el simbolismo de una fábula, ya anunciaba el nacimiento del verdadero “Príncipe de la paz” y en que consistiría esa paz que Dios quiere para los hombres que Él ama. Los enemigos irreconciliables vivirán juntos sin agredirse, sin temerse y sin ignorarse. A nosotros esa familiaridad nos puede parecer imposible: el mundo es como es y no puede cambiarse.
Será una paz distinta a la que puedan esperar los que están convencidos que “el pez grande” siempre se tiene que comer al “chico”; que la paz será el triunfo definitivo del lobo, de la pantera, del león, del oso, de la serpiente venenosa… Pero Dios piensa de otra manera y cree que es posible esa armonía entre los seres humanos. Por eso nos envía su paz, no la nuestra, sino la que viene de Él mismo, que es capaz de unir lo que parece separado para siempre.
Juan Bautista nos invita hoy a la conversión y el primer de la conversión podía ser: dar credibilidad a las promesas y a los deseos de Dios. Porque creernos cristianos “practicantes”, como los fariseos y los saduceos, y no confiar en que sea factible que este mundo pueda ser distinto y que de Dios sólo podemos esperar el regalo de la vida eterna.
Por si acaso tenemos la tentación de desvirtuar así el Adviento, el apóstol Pablo nos recuerda hoy que “Cristo se hizo servidor […] para probar la fidelidad de Dios, cumpliendo las promesas hechas a los patriarcas.”
Dios ha empeñado su palabra de que su paz va inundar nuestra tierra, por más que nos empeñemos los hombres en seguir siendo “lobos para el hombre” y esa esperanza de paz tenemos que manifestarla en nuestras comunidades, para ser testimonio de que lo parece inconciliable humanamente, es ya realidad fraterna por la fuerza del Espíritu de Dios en el que hemos sido bautizados.
Manuel Antonio Menchón
Vicario Episcopal