DOMINGO II DE ADVIENTO
Lc 3, 1-6: . “Allanad caminos”
Adviento es tiempo de esperanza, una esperanza que anima y favorece la preparación y la conversión. La palabra del profeta quería alentar al pueblo en su postración, y por ello le anuncia que Dios mismo va a intervenir para cambiar su suerte. Es lo que Baruc en la primera lectura, y Juan el Bautista nos proclaman. El profeta nos hace llegar este gozoso anuncio: Despójate del luto, ponte en pie… mira, Dios se acuerda de ti. Sin duda, una bella composición del profeta, que en nombre de Dios invita a Jerusalén a despojase del dolor y a vestirse de fiesta. El pueblo ha experimentado la tragedia, cuando sus hijos han sido deportados a tierra extraña. Ahora es normal una pregunta en los que los han visto marchar: ¿Donde está Dios? ¿Se ha desentendido de su pueblo? Dios no la ha olvidado. Por ello todos pueden volver a Jerusalén, con la misma alegría de unos hijos que regresan con su madre. La salvación es obra de Dios, Él mismo mandará aplanarse a los montes, allanarse a las colinas y llenarse los barrancos. En medio del dolor de un pueblo, el profeta anuncia la fidelidad misericordiosa de Dios que nunca lo abandona.
Esta misma imagen, tomada ahora del profeta Isaías, aparece en el Evangelio de San Lucas, pero en labios de Juan el Bautista. Lo que en Baruc es iniciativa de Dios, esto es allanar los caminos, en San Lucas se transforma en una invitación al hombre. Es éste quien debe colaborar, personal y comunitariamente, en esta tarea para que la salvación pueda llegar a todos. Dios se sirve de personas concretas para llevar adelante su plan. Y así, Juan es empujado por la Palabra de Dios al desierto para ser instrumento del mismo Dios. De la misma manera que Juan, también a nosotros nos urge la palabra de Dios a colaborar en su proyecto de salvación.
¿Cómo acoger esta palabra? ¿Cómo preparar este encuentro con el Señor? Este segundo domingo de adviento nos propone una invitación clara a la conversión, a revisar si nuestros caminos son los caminos de Dios. Si no es así, aún estamos a tiempo para dar la vuelta y reemprender el sendero que nos acerca de nuevo a Él. Ahora bien, esta conversión no es conquista del esfuerzo voluntarioso del hombre, que prescindiendo de Dios, se quiere edificar a sí mismo, sino ante todo fruto del encuentro personal con Dios. Es la convicción del apóstol: “el que ha inaugurado entre vosotros una empresa buena, la llevará adelante”.
“Todos verán la salvación de Dios”. En un mundo como el nuestro, en el que sigue habiendo signos de cansancio, de dolor y de soledad, debemos invitar a la esperanza en que Dios viene a acariciar nuestra fragilidad y pecado con su misericordia. No somos nosotros los que nos salvamos a nosotros mismos. Es Dios quien ofrece la salvación al hombre. Pero a su vez esa salvación pasa por el hombre de hoy, en el sentido de debemos ser instrumentos de su misericordia aquí y ahora. La salvación que comienza en la conversión personal, adquiere una dimensión comunitaria y social cuando nos dejamos movilizar por ese mismo amor y lo llevamos a la vida.
Francisco Sáez Rozas