HABLANDO DE CRISIS
Manuel Antonio Menchón
Vicario Episcopal de acción socio-caritativa
Supongo que todos estamos inundados por la lluvia de noticias constantes sobre la crisis económica, de la que ya se puede hablar claramente. Seguramente un poco cansados de ver que las noticias siempre repiten lo mismo y, por otro lado, atemorizados a que esta lluvia nos alcance a nosotros. La crisis se está convirtiendo en una especie de huracán que sabemos que avanza, pero no estamos ciertos si llegará o no a esa costa donde hemos situado nuestra vida y nuestra hacienda.
Confieso que no soy economista ni entiendo mucho de finanzas, lo que más que he llegado a entender – a fuerza de oírlo todos los días- es que el euribor es el tipo de interés aplicado a las operaciones entre bancos de Europa; y que según sea ese interés dependerá también el interés de las hipotecas de los usuarios. También confieso que aunque me interesa la política como ciudadano, no ejerzo de “profesional”. Por lo tanto no está en mi reflexión ofrecer cauces para la solución de la crisis económica tan cacareada.
Pero estos días me ha venido a la memoria aquella parábola de la casa en llamas en la que Gautama Buda contaba que había una casa ardiendo y que las llamas habían empezado por el tejado. Pero por más que Buda les gritaba que salieran, los de la casa no se movían y preguntaban si fuera hacía frío o llovía o si hacía viento o si había otras casas mejores. Entonces pensó estos todos seguirán preguntando sin moverse, por miedo a la aventura de salir, hasta que se abrasen.
La crisis está rebelando que el sistema financiero de nuestro mundo occidental con el que funcionamos en la sociedad tiene muchos riesgos, que no queremos reconocer en los tiempos de bonanza; que el paraíso del bienestar, única oferta de felicidad de la sociedad del consumo, se va pareciendo cada vez más a un pequeño – digamos “pequeño” por no alarmar más- infierno, donde están siendo condenados, no por pecadores, sino por débiles, los mismos de siempre, los socialmente irrelevantes…y la casa ha empezado a arder por el tejado. Es verdad que los gobiernos intentan apagar el fuego echando cubos de de millones de dólares o euros. Pero yo pienso –y ya he dicho que no soy ni economista ni político en funciones- que si el problema es de dinero, el dinero volverá a traer nuevos problemas, nuevos fuegos. Creo que el fuego no se apaga con cubos, sino mangueras de agua constante.
Yo no sé quienes tendrán que ser los bomberos en este incendio, lo que si sé es que por miedo a un cambio radical en el sistema, salvo los que están bien pertrechados con los trajes de amianto de su posición económica, los otros, los más infortunados se están chamuscando y algunos abrasando.
Con esas dolorosas heridas desde hace unos seis meses se ha incrementado el número de los que acuden a las Delegaciones de Cáritas diocesanas y parroquiales y a las mismas parroquias, solicitando especialmente la cobertura de las necesidades básicas. Al mismo tiempo, la difícil situación ha originado el incremento de ayudas relativas a la vivienda, sobre todo a la hipoteca o el alquiler; y al empleo, ya sea formación u orientación. Son los que e han quedado sin trabajo, o no les llega el sueldo, porque en tiempos de prosperidad, incitados por el sistema, bajo pena de nos ser felices, contrajeron unas deudas con las que ahora no pueden cargar; son aquellos que por insolventes se les niega un crédito bancario; son los cientos de miles de inmigrantes que en estos últimos años, después de padecer la agotadora y difícil aventura de conseguir “papeles”, se arriesgaron por quedarse a vivir entre nosotros y se atornillaron a unas inversiones de vivienda o negocios y ahora ven frustrados sus planes sin otra alternativa que el retorno a sus países. Y son, por supuesto ese 11,3% de parados, que no son el número de una estadística, sino que son aproximadamente cuatro millones y medio de personas, más los seres queridos que dependan de ellas.
No sé que tendrán que hacer los gobiernos, pero si me parece saber lo que tendríamos que hacer los cristianos. Por lo pronto es urgente estimular el ejercicio del amor fraterno y mirar a los demás con alma samaritana. No basta con conformarnos porque en nuestras parroquias o en nuestra Diócesis esté instituida Cáritas, sino que tenemos que convertir esas parroquias en lugares de escucha, en casas de acogida y en centros de ayuda a los más necesitados, como afirmaba hace poco el Obispo de Málaga en una carta pastoral..
Creo que en la Iglesia, hay maestros que hablan muy bien y cristianos de base que están dejándose la piel de todo corazón por la caridad y la justicia. Pero hace falta crear una mayor armonía entre palabra y hechos Esto quiere decir que la palabra de la fe tiene que aterrizar mucho más en la realidad socio-económica de nuestro mundo, dejándolo al desnudo y mostrando sus degradaciones económicas más inhumanas e injustas y tiene que ser también una palabra que nos incomode a los mismos cristianos para convertirse en renuncias económicas en bien de los más desfavorecidos.