EN TORNO A LA FAMILIA
Días de asueto y ocio, de descanso y reencuentros, con amigos y familiares. Y ahí se erige, en el meridiano de la Navidad, la fiesta de la Sagrada Familia que celebramos el último domingo del año. Se trata de la máxima expresión de intimidad y protección cuyo techo y cobijo es el amor profesado y engendrado. El amor es el hogar de la familia y que vemos manifestado en aquella comunidad tan bella, de vida y amor, en Belén. Y es que el amor es a la vez la savia, el sustrato y la raíz que nutre y refuerza ese «tronco» que sostiene el árbol de la familia. Ese tronco, a veces discutido y apaleado, menospreciado y silenciado, herido y sediento. Ese tronco que somos nosotros, que formamos nosotros, generación tras generación: la familia.
Sin embargo, la fiesta de la Sagrada Familia nos recuerda una y otra vez, año tras año, que el amor es la esencia que fundamenta el existir de la familia, su sentido, su función y finalidad. La Familia de Belén sigue siendo «hoy» el modelo y ejemplo del «tronco» familiar. Además, es actualización y nueva presencia del misterio salvador de un Dios que se ha hecho de nuestra familia. «Hoy» es una palabra breve pero cargada de sentido, que otorga siempre un tono de misteriosa actualidad, a fin de renovar el amor que alimenta a cada «tronco» a imagen de la Familia de Belén, fuente de esperanza, fuente de futuro.
Pero volviendo a ese hogar improvisado en una cueva-establo, lo que se aprecia a simple vista es una familia normal. Una familia joven, que ha pasado ya por muchas dificultades y que tendrá que lidiar todavía con otras muchas. Un modelo de familia a imitar. Tuvieron muchos motivos para el desánimo, para dejarlo todo y buscar algo más atractivo. Mas, supieron vencer esas falsas motivaciones que enturbian la vida familiar y que a veces llegan a destrozarla. La familia no es un camino de rosas, antes o después aparecen dificultades, a veces muy serias. No obstante, es el verdadero camino donde se encuentra la felicidad, donde se colman las aspiraciones más humanas y más profundas. Formar y mantener una familia supone muchas renuncias, que paradójicamente llevan a la satisfacción más plena. La familia de Belén, luego exiliada a Egipto y asentada finalmente en Nazaret es un estímulo para la familia actual, sujeta a nuevos peligros.
El Papa Francisco, en su exhortación apostólica «Amoris laetitia», afirma que «ninguna familia es una realidad celestial y confeccionada de una vez para siempre, sino que requiere una progresiva maduración de su capacidad de amar». En efecto, ninguna familia es perfecta, pero a pesar de todas las dificultades, es preciso caminar sin desaliento. Por ello, quizás «hoy» vuelva a ser ocasión y oportunidad de renovar la savia, el sustrato y la raíz que nutre el «tronco» de cada una de nuestras familias. Si así lo hacemos, el año 2019 vendrá sin duda cargado de alegrías e ilusiones para quienes afrontan la vida con la referencia puesta en la Familia de Belén, pase lo que pase.
Jesús García Aiz