EL CIELO ES GOZAR DE DIOS (I)
En su obra más personal (Testamento del pájaro solitario) decía J. L. Martín Descalzo que «Morir solo es morir. Morir se acaba. Morir es una hoguera fugitiva. Es cruzar una puerta a la deriva y encontrar lo que tanto se buscaba. Acabar de llorar y hacer preguntas; ver al Amor sin enigmas ni espejos; descansar de vivir en la ternura; tener la paz, la luz, la casa juntas y hallar, dejando los dolores lejos la Noche-luz tras tanta noche oscura».
Y es que, para el cristiano, la muerte es un límite, pero no un final. El único final posible para el hombre y la historia es aquel en el que Dios reine absolutamente. Esa vida, ya plena, se describe con variedad de imágenes, relacionadas con la de una creación nueva, un banquete al que todos, sin exclusión, somos invitados. Así, la vida eterna significa la plenitud de la creación y la culminación del proyecto del reino de Dios.
En la Biblia leemos una y otra vez que el cielo es «la morada de Dios», «el santuario de Dios» o «el trono de Dios»; y que Dios es «el que se sienta en las alturas». Pero a los autores bíblicos nunca se les pasó por la cabeza que nadie fuese a interpretar esas expresiones al pie de la letra. Se trata de símbolos, es decir, realidades que remiten a algo que, en sí mismo, resulta inaccesible.
Esto supone que la realidad significada por el símbolo es siempre mucho mayor que el símbolo empleado. Por eso, los autores bíblicos recurren a veces a una expresión más grandilocuente: «Los cielos de los cielos». No obstante, eso les parece poco, ya que incluso Salomón le llega a decir a Dios que «los cielos de los cielos no pueden contenerle».
Los símbolos «el cielo» y «lo alto» mantienen entre nosotros toda su capacidad expresiva, pues en la Biblia, el «cielo» y lo «alto» aparecen tan vinculados a Dios que ambas palabras se emplean como sinónimas. Y hasta 116 veces se llama a Dios «el Altísimo». Por eso, cuando el evangelio de Mateo dice «reino de los cielos» está refiriéndose a lo mismo que los demás evangelistas llaman «reino de Dios».
Entonces, si el cielo de la fe no es el cielo que contemplamos cada día y cada noche, ¿dónde está el cielo de la fe? Pues san Agustín nos lo aclara al decir que «Dios, que nos conserva en un lugar durante esta vida, será nuestro lugar después de ella». Esto significa dos cosas. La primera, que en la otra vida no tienen sentido las actuales categorías de espacio y tiempo. La segunda, que el cielo es ante todo gozar de Dios.
Es más, el Catecismo de la Iglesia define el cielo como «el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha». Así, con el término cielo, el creyente expresa la vivencia gozosa de la presencia de Dios.
Jesús García Aiz