Comentario Bíblico Ciclo C

DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO

Tres palabras para pensar y vivir: camino, lepra y libertad.

El evangelio de este domingo nos presenta a Jesús en una actitud muy propia de él; iba caminando. El caminar de Jesús no es simplemente la actividad que sirve para desplazarse de un lugar a otro. Es la acción exterior que manifiesta la actitud interior de Jesucristo de asumir plenamente la voluntad del Padre Dios. En nuestro caso, la vida es ese camino en que se nos abre la posibilidad de aceptar la voluntad de Dios como objetivo vital principal. A diferencia de lo que ocurre con las propuestas de este mundo, la oferta de Dios de vivir según su plan no elimina nuestra libertad, es más, la exige por completo. Dios no busca ocultarnos nada, ni siquiera cuando en nuestro horizonte vital se presenta la cruz, como en el caso de Jesucristo. Sin embargo, en este camino en el cual el protagonista principal no es nuestro capricho, sino la voluntad de Dios, encontramos la plenitud vital que tanto anhelamos, sin extenuarnos en la búsqueda de quimeras que no hacen sino eliminar nuestra fuerza vital.

En ese camino, diez leprosos salieron al encuentro de Jesús y, a distancia, como reconociendo que lo que proviene de Dios no es merecido sino gratuito, le suplicaron por sus vidas. Aquellas personas, reconocieron a Jesús como el único capaz de devolverles a la vida. El leproso era alguien que podía considerarse como un muerto viviente, no solo en el ámbito biológico, sino también en el ámbito social y religioso. Por todo ello, cuando aquellos leprosos gritaron a Jesús, no pedían solo ser curados, sino ser devueltos a la plenitud de la vida humana.

Entre nosotros se produce, a veces, una extraña contradicción; hay apartados de nuestra vida en los consideramos que no tiene porqué entrar Dios. Sin darnos cuenta nos convertimos en leprosos modernos a la inversa. En lugar de pedir que la vida de Dios llegue hasta el último rincón de nuestra existencia, pensamos que es mejor vivir con ciertos ámbitos de enfermedad en nuestra vida, como si esa situación nos asegurase una cierta libertad que nos permitiese alcanzar una felicidad lejos de Dios. No nos damos cuenta que la «lepra» nunca se conforma con afectar a un poco de nuestra vida. Cuando uno se contagia, el resultado es contundente; la muerte en vida. Sólo abriendo a Dios todos los ámbitos de nuestra existencia podremos obtener esa vida que va más allá de la curación de nuestros males y que es la posibilidad de la vida en plenitud.

Victoriano Montoya Villegas

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