DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO
Lo arrojaron fuera de la viña y lo asesinaron.

Lecturas: Is 5, 1-7. La viña del Señor del universo es la casa de Israel. Sal 79. R. La viña del Señor es la casa de Israel. Flp 4, 6-9. Ponedlo por obra, y el Dios de la paz estará con vosotros. Mt 21, 33-43. Arrendará la viña a otros labradores.
El profeta canta la relación de Dios con su pueblo. Es la historia de un amor no correspondido. El texto rezuma una gran belleza a la par que no disimula un drama desgarrador: dolor y decepción. La viña que tanto ha mimado (Israel) no sabe dar otros frutos que amargura y sangre. El Salmo 79 es un fiel reflejo de esta realidad…alcanza hasta nuestros días. Esta bella poesía, destila una preocupante y demasiado cercana actualidad. Una rabiosa advertencia surge en el entorno celebrativo. Al igual que Dios habla a su pueblo, Jesús lo hará para nosotros en el Evangelio. Quizás nos toque a los cristianos entonar otro canto, cuya melodía esté adornada por acciones de gracias a Dios que no cesa en su inmensa paciencia sin olvidar incorporar estrofas de perdón, porque en ocasiones no damos los frutos del Reino que espera.
El evangelista no describe un acontecimiento pasado, sino que nos cuestiona como hombres y mujeres de fe en este domingo. No podemos estar tan ciegos como los dirigentes judíos que incluso proponen finales alternativos a la parábola empleada por Jesús. Desviar la mirada de la “piedra angular que es Cristo” supone perder la viña y abandonar la tarea de labradores. Que el dueño se marche al “extranjero” no supone olvido o indiferencia, sino respeto a nuestra libertad y oportunidad para crecer y hacer crecer cuanto hay a nuestro alrededor. El amo ya no sabe qué hacer y opta como siempre por la solución arriesgada.
Es su última carta. Es su único hijo. Pone sobre el tapete de los hombres el resto de la baraja: recurre al amor. Espera que sepamos corresponder a tal muestra que supera todo afecto. ¿La ingenuidad va a la par que la ofrenda amatoria? Matan al hijo, desprecian su afecto, desgarran su corazón…y a pesar de todo, la oferta permanece. La sangre del hijo no riega la viña, pero abona el mundo entero. A pesar del descomunal fracaso no desiste en su empeño de seguir cuidando la viña. De cuidar de nosotros…de ti. Dios sabe amar hasta el fin. No se centra en la violenta reacción de los viñadores, sino que recupera lo central de la parábola: los frutos. Al final habrá cosecha y esta será abundante… somos Iglesia labradora ¿a qué estamos esperando?
Ramón Carlos Rodríguez García
Rector del Seminario