DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO
Para Dios no son suficientes las tarjetas de visita
Una de las características de la praxis religiosa del establishment del judaísmo era la facilidad con la que establecían divisiones entre las personas: judío y gentil, justo y pecador, puro e impuro… Otra de las características era que una vez colgado el sambenito, era prácticamente imposible quitárselo. Frente a esta catalogación simplista que dividía a las personas de una manera tan humanamente equivocada, Jesús propone esta parábola.
Cada Vigilia Pascual, los cristianos renovamos nuestras promesas bautismales, es decir, públicamente manifestamos nuestra intención de seguir viviendo como cristianos. Expresamos que queremos recorrer la vida según los valores que Cristo nos enseñó. Pero en muchas ocasiones, olvidamos este compromiso personal que hemos adquirido. Esto ocurre cuando la voluntad de Dios y nuestro querer entran en conflicto. En esos momentos, obedecemos a nuestros deseos y caprichos y nos dejamos arrastrar por ellos más que por aquellos «bastones» que Dios nos ha dado para ayudarnos en nuestro caminar cristiano y que llamamos mandamientos. Cuando hacemos eso, solemos consolarnos recurriendo a aquella expresión del saber popular que dice: «pero lo que cuenta es la intención». Expresión que encierra dentro de sí el reconocimiento del fracaso de nuestro propósito.
Frente a la tentación judía de establecer divisiones estancas entre las personas, que considera que por el mero hecho de llevar una determinada «tarjeta de visita» en la que se indica que se es bueno o malo, como si fuese imposible crecer y evolucionar, y frente a la facilidad de la autojustificación en las múltiples caídas de nuestra vida cristiana, Jesucristo propone esta parábola de los dos hijos. Para quienes crean que la vida cristiana consiste simplemente en haber recibido el bautismo y que no hay que esforzarse cada día en vivir según nos pide Dios, Jesús nos recuerda que la fe debe hacerse obras. Que con decir: «Señor, Señor», no es suficiente. A los que caen en la tentación de la fácil justificación de recurrir a la fragilidad humana para explicar porqué no se vuelven a poner en camino cada vez que han fallado en la intención de vivir según la palabra y el ejemplo de Jesús, les recuerda que Dios es Padre misericordioso que constantemente nos ofrece todas las oportunidades que necesitemos, pero que se exige el deseo del corazón de vivir, sinceramente, según el camino que Él nos propone.
Poner por obra la Palabra escuchada, rechazar las justificaciones fáciles y confiar en el amor misericordioso de Dios es el camino que nos lleva a hacer lo que el Padre nos pide.
Victoriano Montoya Villegas