Comentario Bíblico Ciclo B

DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO

La exclusividad del buen ejemplo

La comprensión trascendente del mundo que tenían los israelitas del siglo I, hacía que la vida se entendiese como realidad abierta a la intervención de fuerzas que no eran comprendidas ni controladas por el ser humano. Por eso, las enfermedades o dolores se consideraban consecuencia de los espíritus malignos. En este contexto, la realización de exorcismos era una práctica habitual que buscaba liberar a una persona que sufría de la causa que originaba su sufrimiento. En los comienzos de su ministerio público, Jesús gozaba de un gran predicamento entre sus paisanos como hombre poderoso en la lucha contra el mal. Por este motivo, alguien que estaba realizando una «curación», invocó el nombre de Jesús para que su acción fuera más eficaz. Sin embargo, el apóstol Juan corrió hasta Jesús para reclamarle algo: exclusividad. Como si hacer el bien correspondiese solo a quienes llevan un apellido: cristianos.

Frente a la pretensión del apóstol de ser los únicos que puedan hacer el bien, Jesús responde enseñando a sus discípulos cuál es la única exclusividad que deben buscar: el buen ejemplo. En este contexto debemos entender las palabras de Jesús sobre la conveniencia de amputar aquellas partes del cuerpo que son las que nos hacen pecar. Los miembros corporales son solo imágenes que sirven para llamar la atención de los discípulos, los de antes y los de ahora, de la necesidad de eliminar de nuestras vidas todo aquello que nos aparta de ser un auténtico testimonio para los que no creen o, aún más, todo lo que hemos de eliminar de nuestras vidas que supone un enfriamiento en la fe de aquellos que creen en Jesús.

La llamada que Jesús hace es a luchar contra el pecado que nos circunda y que, a veces, cometemos. El pecado enturbia la imagen de Dios que recibimos en nuestro bautismo y, consecuentemente, hace que la imagen de Dios que transparentamos con nuestras actitudes y acciones concretas sea una imagen poco atrayente para aquellos con los que interactuamos. Incluso, puede hacer que algunos hermanos nuestros se enfríen en su determinación de seguir a Jesucristo. Por ello, el esfuerzo contra el pecado en nuestra vida ha de ser una constante, incluso cuando parece que es más fuerte que nosotros y que siempre vence. Vivir en amistad con Jesucristo y confiar en su fuerza sanadora sobre los efectos del pecado es, sin duda, el mejor y mayor testimonio de nuestra fe que podemos dar al mundo de hoy.

Victoriano Montoya Villegas

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