DOMINGO XXV DEL TIEMPO ORDINARIO
¿Es posible comprar el cielo?
Cuando he tenido la oportunidad de contemplar alguna de las magníficas pinturas que realizó Goya, siempre he experimentado la misma sensación de desasosiego; intuir que lo verdaderamente importante está más allá de la apariencia de la escena tal y como aparece. He de admitir que cada vez que he leído esta parábola del administrador infiel he experimentado una sensación muy parecida.
Cuando aquel hombre, según la parábola, fue descubierto en sus hurtos y advertido por el dueño de su despido, en lugar de pedir perdón y buscar la simpatía de su jefe, volvió a incidir en lo que estaba haciendo y con malas artes y engaños, trató de asegurarse un futuro tranquilo. Pero lo que más intranquilidad me producía son las palabras de Jesús: «Ganaos amigos con el dinero injusto, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas».
Jesucristo no alaba la pillería y las trampas que hizo aquel hombre. Pero sí utiliza su actitud para enseñar a sus discípulos. En primer lugar, Jesús busca que caigamos en la cuenta de los grandes esfuerzos que realizamos cada día para ganar aquello que creemos importante; generalmente, cosas materiales y, especialmente, dinero. Volcamos casi todas nuestras fuerzas y energías, nuestras ideas y pensamientos en intentar tener un poco más. Por el contrario, olvidamos lo que es realmente importante. Jesús busca que sus seguidores tengan una adecuada jerarquía de valores y que según la importancia de los mismos, nuestras fuerzas, energía, ideas, pensamientos y sentimientos se dediquen a ellos según su grado de importancia, de manera que salgamos de esta dinámica de agotamiento que nos provoca el deseo de poseer.
Una segunda enseñanza es aquella que da sentido a toda la parábola. El administrador tramposo utilizó lo que no era suyo para asegurarse un futuro tranquilo. De la misma manera, Jesús quiere que sus discípulos utilicen «lo que no es suyo» para conseguirse un futuro feliz. Jesús enseña a contemplar los bienes materiales como una realidad de la que sólo somos administradores, no dueños. Así, igual que el administrador injusto utilizo los bienes de su jefe para obtener una ganancia propia, de la misma manera, el discípulo de Cristo debe utilizar los bienes que tiene para obtener la verdadera ganancia. Así pues, retomando la pregunta inicial, la respuesta es: sí. Es posible comprar el cielo, cuando no pego mi corazón a los bienes materiales, cuando entiendo que solo soy un administrador de los mismos y siempre que los utilice para ayudar a quien lo necesite.
Victoriano Montoya Villegas