
Lecturas: Ex 32,7-11.13-14. Se arrepintió el Señor de la amenaza que había pronunciado, Salmo 50. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre. 1 Tim 1, 12-17. Dios me ha tratado con Misericordia. Lc15,1-32. Habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta.
Nos encontramos ante una experiencia conocida. Una y otra vez el pueblo se aleja de Dios. Una y otra vez Dios sale a buscarlo. Dios siempre “corriendo“ por el éxodo de la historia sin “desfallecer“ para brindarnos Su amistad, el gozo y la alegría de su presencia.
Una compañía que estimula la vida y recrea nuevos senderos de auténtica fraternidad, de filiación perdida. Moisés, Pablo, ovejas, monedas e incluso dos hijos y un padre abandonado reiteradamente, sufren el riesgo de desvanecerse sin memoria ni reclamo.
Dios siempre atento, se muestra “más testarudo que los hombres“ y se resiste a perder todo aquello que ama y que con esmero ha creado. Como el señor, vayamos al encuentro de estos escurridizos protagonistas. El pueblo que partió de la esclavitud ha debilitado sus recuerdos. La amistad de Dios se torna incómoda y el reproche acude mezclado con el olvido. Moisés intercede ante Dios apelando a su fidelidad a la promesa realizada a los patriarcas. Dios no olvida el amor y el compromiso gestado en favor de los seres humanos.
Pablo también estuvo alejado y el pecado lo envolvió en la arrogancia. La misericordia que Dios tuvo con él ha de infundirnos confianza. El padre nos desespera y claudica ante nuestro pecado.
Todo pecado puede cometerse. Todo pecado puede perdonarse. Las conocidas y bien llamadas parábolas de la misericordia que hoy nos regala la celebración litúrgica hablan del corazón de Dios. El ama a los pecadores, a todos los que andamos erráticos, independientemente del momento en el que nos encontremos. El perdón que nos ofrece, adquiere la tonalidad del gozo, el timbre de la alegría, el sabor del júbilo. Nos ama sin merecerlo. La palabra nos urge a perdonar, a pedir perdón. Nos cuesta mucho porque no amamos lo suficiente. No amamos al modo de Dios.
Hemos sido perdonados por Dios en Cristo y el descubrimiento de esta amistad ha de llevarnos por nuevas veredas de reconciliación. Hemos de ser la iglesia que busca y acoge gozosa a todos los perdidos.
Ramón Carlos Rodríguez García
Rector del Seminario