DOMINGO XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO
Es lógico cambiar un denario por un talento
En el evangelio de san Mateo, la figura de Pedro tiene una gran importancia, ya que las palabras que Jesús le dirige son, en realidad, una enseñanza destinada a toda la comunidad cristiana más que a la persona misma de Pedro. Este es el contexto en el que el evangelista transmite la pregunta del apóstol: «¿cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano?», pregunta muy marcada por la mentalidad judía propia del apóstol, y la respuesta de Jesús: «siempre», expresión que nace de la nueva manera de entender la relación entre Dios y el ser humano que ha comenzado con el mismo Jesús.
Es posible que cuando escuchamos este fragmento del evangelio, que bien puede entenderse como un desarrollo de la petición del padrenuestro: «perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden», surja en nosotros una especie de comprensión mercantilista de nuestra relación con Dios. Es decir, existe la tentación de pensar que cada vez que yo perdono a quien me ha causado algún mal, se anota en mi «cuenta corriente de buenas obras» y, de esta manera, tendré la oportunidad de canjear «mis» buenas obras por las malas acciones que Dios va «apuntando» en su lista y, si tengo más o menos suerte y no soy muy malo del todo, al final, el saldo será cero y, en caso de que quede alguna pequeña deuda, «como Dios es bueno…» no la tendrá en cuenta.
Esta comprensión de la religión está muy alejada de la realidad de la relación nueva con Dios que Jesucristo nos ha mostrado. En primer lugar, porque esta comprensión de la religión está llena de los tintes farisaicos que tan duramente criticó Jesús. Él nos habló de Dios como aquel Padre que constantemente está esperando el regreso del hijo que abandonó el hogar y, que cuando regresa, no le pide cuentas de aquello que ha hecho. El perdón del Padre ya está dado antes de que el hijo haga nada. En segundo lugar, porque la diferencia que existe entre el perdón otorgado por Dios es incomparable con el perdón que podemos ofrecer los seres humanos. Es mucho más que la diferencia existente entre un talento y un denario del que nos habla la parábola.
El perdón que Dios nos ofrece, ya está dado. Ha sido ofrecido por la vida, muerte y resurrección de Jesús. Solo nos queda abrazarlo y enriquecernos con él. Sin embargo, cuando negamos el perdón al hermano, lo que hacemos es llenar nuestro corazón con los pequeños denarios de la soberbia, el rencor, la vanagloria y la tristeza. Por el contrario, cuando perdonamos a los demás nos enriquecemos con los talentos de la paz y la plenitud que Dios nos regala.
Victoriano Montoya Villegas