DOMINGO VIII DEL TIEMPO ORDINARIO
EL TRANSFUGUISMO RELIGIOSO
Todos tenemos una idea aproximada de que lo que significa el “tránsfuguismo”. Se trata de un abandono, por motivos inconfesables y socialmente inaceptables, de la formación política, a la que uno ha estado adherido, para pasar a engrosar las filas de otra.
Pues bien Jesús, continuando con el Sermón de la Montaña, advierte a sus discípulos del peligro de transfuguismo de los que, teniendo a Dios por Señor, se pasan de su suave imperio a la más dura tiranía de otro dios: el “dios dinero”.
Un político no puede estar al servicio de dos ideologías opuestas, como tampoco un discípulo de Cristo puede estar al servicio de dos amos, nadie puede andar dividido en sus amores o en sus lealtades.
La riqueza que nos cambia de bando no es la razonable preocupación por adquirir los bienes precisos para una vida digna, mediante el trabajo honrado y sudado, sino la que convertimos en ídolo ante quien, en adoración, terminamos hincándonos de rodillas y sacrificándolo todo, esclavizados por ese dios exigente con sus siervos, que reclama toda dedicación, toda confianza y todo amor. Es un dios engañoso, que nos hace creer que nosotros somos sus dueños, cuando en realidad el nos tiraniza. Por eso servirle supone desplazar, consciente o inconscientemente, al Dios verdadero de nuestra vida y de nuestro amor, aunque sigamos diciendo que creemos en Él y que lo amamos
Por supuesto que el Señor, cuando usa los ejemplos de los pajarillos o de las flores, no nos está invitando a una vida negligente y ociosa, confiando en que todo lo que necesitamos nos llueva del cielo. No niega la necesidad de trabajar esforzadamente para ganarse el sustento de cada día., pero advierte a sus discípulos que el afán excesivo por adquirir la riqueza necesaria para asegurar el futuro incierto se transforma en una preocupación absoluta y termina excluyendo en la práctica toda confianza en la providencia divina, porque el dinero se presenta como fuente de poder y de seguridad: evita pasar necesidades, hambre y frío; facilita a una buena educación para los hijos; da cobijo bajo un buen techo; proporciona comodidades abundantes; asegura un mañana sin preocupaciones o angustias por la comida o el vestido, incluso por la salud, porque todo tiene un “seguro”.
Pero cuando todas nuestras previsiones se vienen abajo por cualquier desgracia, es cuando nos preguntarnos ¿Dónde queda Dios? ¿Hay lugar todavía en mi vida para un Dios providente?
Nunca la preocupación por las cosas necesarias debe llevarnos a olvidar a Dios, a darle gracias por el don de la vida, y porque todo lo que alcanzamos y tenemos finalmente es un don que viene de Él. La gratitud continua a Dios es indispensable para no caer en la idolatría del dinero.
Manuel Antonio Menchón
Vicario Episcopal