DOMINGO IV ADVIENTO
¿Qué es necesario para descubrir la presencia de Dios?
Llama la atención cómo personas que son muy importantes la vida de Jesucristo y en la tradición cristiana, sin embargo, ocupan un espacio muy reducido en los textos evangélicos. Podríamos poner como ejemplo a la Virgen María y a san José. Es claro que su importancia no está en la extensión que ocupan, sino que se sitúa en las actitudes que en ellos brillan.
El evangelio de este domingo se centra en la figura de José, esposo de la Virgen María y padre legal de Jesucristo. José es descrito con un calificativo que posiblemente no nos llame mucho la atención; «justo». La «justicia» a la que hace referencia el evangelista no es el cumplimiento estricto de las normas establecidas, sino que habla de la actitud vital de José como persona que era capaz de leer en perspectiva creyente los acontecimientos de la vida, esto es, buscaba conocer la voluntad de Dios e intentaba cumplirla. Esa es la «justicia» más importante a la que debemos aspirar.
Narra el evangelista Mateo que José y María estaban desposados, es decir, habían recibido las bendiciones nupciales, pero aún no convivían. En esa situación, José sabe que la Virgen María está embarazada y decidió repudiarla en secreto. De esta manera, la Virgen María evitaría el castigo impuesto por la ley de Moisés; la muerte por lapidación. En esta decisión podríamos ver una expresión práctica del calificativo de «justo» con el que es denominado José. Sin embargo, la cualidad que brilla en el esposo de María es: «delicadeza espiritual». José fue capaz de ver más allá de lo meramente aparente y comprender que el «Fruto» del seno de María no procedía de ningún hombre, sino de Dios. En esta situación, José se sintió indigno de compartir la vida con María y con su Hijo.
La delicadeza espiritual permite al creyente comprender los acontecimientos vitales más allá de lo aparente y lo inmediato. El apóstol san Pablo enseña: «sabemos que todas las cosas cooperan para el bien de los que aman a Dios». Esta es la clave para una lectura auténticamente cristiana de la vida y de lo que en ella nos va aconteciendo. Crecer en delicadeza espiritual solo es posible por medio del contacto íntimo, directo y frecuente con el Señor. Él va conformando nuestro corazón para que desarrollemos esa virtud que de manera tan excepcional brilló en san José. Así, es posible pasar del dolor y la frustración a la paz y serenidad que son el fundamento de la alegría y la esperanza. Adornos verdaderamente navideños que no se cuelgan de ningún trozo de plástico, sino de un corazón verdaderamente vivo; el corazón del cristiano.
Victoriano Montoya Villegas