DOMINGO II DE PASCUA, por Ramón Carlos Rodríguez García
Un antes, un después...un para siempre.

Lecturas: Hch 2, 42-47. Los creyentes vivían todos unidos y tenían todo en común. Sal 117. Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia. 1 Pe 1, 3-9. Mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha regenerado para una esperanza viva. Secuencia (opcional). Ofrezcan los cristianos. Jn 20, 19-31. A los ocho días llegó Jesús.
Este domingo cierra de forma especial la Octava Pascual con la aclamación solemne del Aleluya (Hallal Yahveh, alaba al Señor): “Podéis ir en paz, aleluya, aleluya. R/ Demos gracias a Dios, aleluya, aleluya”. No obstante, hemos de entenderlo como parte del conjunto de la cincuentena pascual, tiempo extraordinariamente denso en el calendario litúrgico. Cincuenta días para que la Iglesia exprese el gozo y la alegría de su Señor resucitado.
La Palabra durante estos domingos se nutrirá y nos amamantará con los fragmentos de los Hechos de los Apóstoles. Nos adentramos en la vida de la primera Iglesia de Jerusalén, modelo de toda comunidad cristiana. La Iglesia de todos los tiempos ha de verse reflejada en ella. Cinco características nos muestran un perfil imperecedero que ha de contagiarnos de aquellos que nacieron a partir de la experiencia de la resurrección del Señor: 1) escuchar la enseñanza de los apóstoles; 2) comunión de vida; 3) fracción del pan/Eucaristía; 4) oración; 5) compartir los bienes para que la vida de Cristo se derrame a todos de la “mano” de su Iglesia.
La primera carta de Pedro será un hermoso recordatorio de cómo debemos vivir quienes también hemos nacido de nuevo por la fe. Aun en medio de pruebas y sufrimientos, creemos y amamos a Jesús con gozo, sin haberlo visto. Si la Eucaristía es fuente vitalicia para la vida cristiana, estos domingos son una llamada urgente a no faltar. Imprégnate en el encuentro dominical de la victoria de Jesús sobre la muerte. Abandona tus miedos, las señales de las manos y del costado muestran que quien ha vencido al mal y a la muerte es ciertamente Jesús de Nazaret, el crucificado. Ha destruido los muros que aprisionan el corazón de los seres humanos y nos abre una puerta a la verdadera felicidad. Cada domingo los cristianos nos encontramos en torno al Señor resucitado que quiere llenar del amor de Dios el corazón de la comunidad congregada. Hagamos del domingo el primer día de nuestra semana, para poder adentrarnos en el infinito desde los ojos de la fe.
Ramón Carlos Rodríguez García
Rector del Seminario