DOMINGO II DE CUARESMA
«La cruz nunca es la última palabra de Dios»
La cuaresma es tiempo catecumenal por excelencia. Desde su origen, prácticamente paralelo al caminar de la Iglesia, la cuaresma ha sido tiempo de preparación. Tiempo de camino y no de meta, puesto que el objetivo de estos días es poder vivir plenamente la Semana Santa. Esta intención catequética aparece muy claramente en los distintos fragmentos evangélicos que son proclamados cada uno de los domingos de cuaresma. El evangelio del domingo pasado nos orientaba a la contemplación de Jesús como verdadero hombre, tanto que experimentó esa situación tan humana que es la tentación.
El evangelio de hoy nos ayuda a recordar que la verdad de la persona de Jesucristo no se agota en la humanidad, sino que Él es Dios verdadero en medio de nuestro mundo, de nuestra historia. Siempre es bueno recordar, especialmente en estos días en que el arte y la devoción popular exaltan la humanidad de Jesús como el «lugar» donde se verifica su entrega sin condiciones en favor de todos nosotros, que Jesús, el mismo que es apresado, abofeteado, flagelado y clavado en una cruz, es Dios.
El evangelista Lucas nos presenta hoy un acontecimiento que rompe el ritmo habitual de la vida, tanto la de Jesús, como la de aquellos tres apóstoles que fueron testigos del mismo: la transfiguración de Jesucristo. Este acontecimiento es, al mismo tiempo, una experiencia y una manifestación. Es experiencia, para los apóstoles, de vislumbrar a Dios en Jesús. Por otro lado, es manifestación de Dios a los apóstoles de que la cruz, el dolor o el sufrimiento, nunca son la última palabra en la vida del discípulo de Cristo.
El evangelista Lucas presenta a Jesús y a sus discípulos siempre en camino. Caminando hacia Jerusalén, hacia el lugar de la cruz, pero también, de la resurrección. El acontecimiento de la transfiguración ocurre, temporalmente, después de dos momentos muy significativos en la convivencia de Jesús con los apóstoles. En primer lugar, la confesión de fe de Pedro, que reconoce a Jesús como el «Cristo de Dios». El segundo, que se produce inmediatamente después de esta afirmación, es el anuncio de Jesús de su pasión y muerte. Este contexto nos permite comprender que la transfiguración tiene unos destinatarios privilegiados: los apóstoles. Y un objetivo claro: hacer comprender a esos discípulos de Jesús que, a pesar de las circunstancias, Dios está presente, siempre a su lado. Dios es el verdadero descanso que necesita nuestra vida.
Victoriano Montoya Villegas