DOMINGO II DE CUARESMA
¡ÁNIMO, SIGUE CAMNANDO!
El Señor había dicho: “Quien quisiera ser su discípulo que renuncie a sí mismo, cargue con su cruz y me siga.” Es decir, renunciar a buscar lapropia gloria y seguir al Señor como aquellos reos condenados a la crucifixión: cargando con su propio madero de ejecución.
Con esta manifestación asombrosa de luminosidad en la montaña del Tabor, el Señor Jesús manifestará a Pedro, Santiago y a Juan su identidad más profunda, oculta tras el velo de su humanidad:El Mesías no es tan sólo un hombre, sino Dios mismo que se ha hecho hombre.¿No está Dios “vestido de esplendor y majestad, revestido de luz como de un manto”, como dice el salmo 104?
Aquel momento que viven los tres apóstoles elegidos es muy intenso, por ello Pedro ofrece al Señor construir “tres chozas”. Es decir: “¡Quedémonos aquí para siempre! ¡No queremos que este gozo intenso pase nunca!”Pedro habló así, porque se consideraba que una de las características de los tiempos mesiánicos era que los justos morarían en tiendas de campaña, como en la travesía del desierto.
No es pequeño el número de cristianos que cuando llegan esos momentos difíciles en la vivencia de la fe se desalientan, piensan en desertar dl discipulado y arrojar lejos la cruz del seguimiento porque su fe se ha enfriado, porque no merece la pena, porque estamos haciendo el “tonto” “, porque ya no pueden más o porque los demás se burlan de ellos.
En este Domingo, la Palabra de Dios que sale hoy para nosotros de la nube, la misma nube de la presencia de Dios, que guiaba al pueblo elegido por el desierto, , podría ser: “¡Ánimo, sigue caminando, así como “Abraham marchó, como le había dicho el Señor”!.Escuchad la voz de mi Hijo amado y seguid sus pasos.” Esto es lo que sintieron en el Tabor los tres apóstoles en su amino de subida a Jerusalén, lugar de la cruz y de la gloria.
A veces sucede algo parecido en nuestro propio peregrinar de fe: Dios nos concede en un momento oportuno una experiencia espiritual intensa que quisiéramos que se prolongara para siempre, que nunca se acabara. Sin embargo, experiencias como esas no duran para siempre, y acaso duran sólo un instante. Y así, luego de “ver brillar la gloria del Señor”, como los Apóstoles debemos “bajar del monte”, volver a la vida cotidiana, a la lucha a veces tediosa, a la rutina absorbente de cada día, a soportar fatigas, tentaciones, dificultades, pruebas, adversidades, etc. A vivir lo que san Juan de la Cruz llamaba la noche oscura del alma. Con la esperanza siempre puesta en nuestra futura transfiguración celestial.
Manuel Antonio Menchón
Vicario Episcopal