El Domingo de Ramos, en nuestra tradición, está marcado por el bullicio propio de la movilización de los más pequeños de las casas y del ajetreo de la vivencia popular de la fe. Sin embargo, en este día tan señalado, la liturgia de la Iglesia nos propone, como texto evangélico de la celebración de la misa, ni más ni menos que el relato de la Pasión de Jesucristo. Y es que hoy, más allá de de la situación particular que estamos atravesando, comienza la Semana Santa.
En todos los relatos de la Pasión hay dos actitudes de Jesús que podemos hacer nuestras para vivir una Semana Santa diferente. La primera de esas actitudes es la humildad. A lo largo de todas las situaciones que vive en esas horas, Jesús parece un “personaje secundario”, es decir, parece que hacen de Él lo que quieren, sin que pueda “escapar” de la situación. Sin embargo, la realidad es muy diferente. El “protagonista” de toda la Pasión es Jesucristo. Con su entrega, Jesús acepta el rechazo de sus paisanos comprendiendo que él está haciendo lo que debe hacer. No se reserva nada, se vacía completamente por amor a nosotros y todo ello con la única certeza del amor del Padre Dios que Jesús experimenta aún en los momentos más difíciles e incomprensibles desde la perspectiva humana. Confiar en Dios, por encima de las propias fuerzas y esperanzas, es la auténtica humildad que Jesucristo nos enseña a los seres humanos.
La segunda actitud es el silencio. Llama la atención, en todo el relato de la Pasión, las pocas palabras que Jesús pronuncia. A nosotros, que asociamos estos días de Semana Santa con tantos sonidos; música, cantos, golpes de llamador y campana…, se nos pide que vivamos una Semana Santa en silencio, tan estruendoso que nos estremece mucho más que cualquier sonido. El silencio es una llamada a la interioridad, a vivir en los más profundo de nuestro corazón aquellos instantes de la vida de Jesús que son el centro de nuestra salvación y apertura a la vida en plenitud. Contemplar es percibir con el corazón aquella verdad y belleza que va más allá de aquella que podemos percibir por nuestros sentidos. Pero para contemplar es imprescindible el silencio. Exterior e interior. En esta Semana Santa se nos ofrece esa oportunidad; vivir en silencio.
Es posible que durante muchos años hayamos vivido una Semana Santa muy diferente a la que debemos vivir este año. Que sea diferente no significa que sea menos importante. Posiblemente, sea la más importante de nuestra vida, porque podremos aprender en ella a imitar a Jesús en la humildad y el silencio con la que Él vivió la primera y más importante Semana Santa de la historia.
Victoriano Montoya Villegas