DOMINGO IV DE PASCUA
YO SOY EL BUEN PASTOR
Primera lectura: Hechos 4, 8-12. Jesús es la piedra que desechasteis vosotros.
Salmo 117. La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular.
Segunda lectura: 1 Juan 3,1-2. Somos hijos de Dios.
Evangelio: Juan 10,11-18. Yo soy el buen pastor, que conozco a mis ovejas.
En el arte cristiano es una de las representaciones más antiguas que podemos encontrar. Ver en Jesús no a un pastor, sino al buen pastor poseía gran significado. Él es el único capaz de orientar y dar verdadera vida a la humanidad como entidad comunitaria y a cada hombre y mujer de manera personal. Necesitamos un guía en medio de la confusión en la que nos encontramos. Alguien capaz de dirigirse a los seres humanos en una sociedad tan masificada y despersonalizada. Los cristianos creemos que sólo Jesús puede ser el guía definitivo. Sólo en Él aprendemos a vivir. La fe en Jesús es fuente de vida. No nos contentamos con el maravilloso milagro de la existencia, queremos descubrir todas las posibilidades que en Jesús se despliegan. Escuchando las palabras del Buen Pastor: “doy la vida por los míos”, “he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” reconocemos que no necesitamos buscar en otro lugar para encontrar el sentido de nuestra vida, sino que en Cristo está la verdad.
Él es el buen pastor por un gran número de razones. Los antepasados de Israel eran pastores nómadas. Cuando se constituyeron como pueblo se compararon con un rebaño en el que los dirigentes eran considerados como sus “pastores”. Éstos fueron en numerosas ocasiones denunciados por los profetas como falsos o malos pastores, anunciado que un día Dios mismo tendría la tarea de pastorear a su pueblo.
Los cristianos encontramos en Jesús el cumplimiento de este anuncio. Reconocemos en Él los rasgos fundamentales del Buen Pastor: 1) “Conoce” a los suyos, a los que están junto a él y a los que viven lejos e incluso están en otro redil (v.14), 2) “Defiende” de los peligros, no los abandona ni huye (vv.12-13), 3) “Da la vida” por todos, es decir; no es un simple asalariado que se preocupa del sueldo y que huye cuando llega la dificultad. El es capaz de amar hasta el extremo, dando la vida. (vv. 11 y 15), 3) “Reune” en la unidad a los que están dispersos, los atrae y reconcilia (v.16), 4) No recluye a los suyos. Les acompaña en la hermosa aventura de vivir y de hacerlo en abundancia.
Esta preciosa comparación debe suscitar en nosotros, los cristianos y en todos aquellos que quieran descubrir el auténtico don de la vida, el deseo de ser guiados, conocidos y amados por Jesús. No es fácil creer y asumir que alguien nos ama más y mejor que lo que nos amamos nosotros mismos. Y, sin embargo en la oración y en el cada día podemos reconocerlo. Debemos proclamar con alegría que el Señor es nuestro pastor, también mi pastor. Lo ha sido y lo es. Me conoce y llama por mi nombre, me acompaña, me cuida y protege, me lleva por valles y pastos, no me deja solo, me respeta y me ama. Hoy os invito a repetir confiados: “El Señor es mi pastor, nada me falta” Salmo 23.
Ramón Carlos Rodríguez García, sacerdote