Comentario Bíblico Ciclo B

DOMINGO XXX DEL TIEMPO ORDINARIO

1ª Lectura: Jeremías 31, 7-9. Guiaré entre consuelos a los ciegos y cojos.
Salmo: El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres.
2ª Lectura: Hebreos 5,1-6. Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec.
Evangelio: Marcos 10, 46-52. Maestro, haz que pueda ver.

Tu fe te ha salvado

El Evangelista San Marcos vuelve a presentarnos una escena en la que un invidente es curado. Anteriormente lo había hecho para cerrar la etapa de Galilea. En aquel momento fue el signo para que sus discípulos pudieran  abrirse al Reino de Dios y seguirle en su camino (San Marcos 8,22-26). Ahora al final de esta nueva sección en la que les invita a tomar el camino de la cruz, y después de la triste escena del Domingo anterior, donde dos discípulos rompen la fraternidad con sus deseos de poder y ambición, el ciego de Jericó es presentado como modelo del verdadero discípulo que lejos de pretender sentarse en tronos busca levantarse y seguir a Cristo.

Entre ambas escenas existen notables similitudes e intenciones. Los que quieran entender y seguir a Jesús han de pedir que cure sus ojos, como hace Bartimeo a las afueras de Jericó, donde Jesús ha entrado, para salir luego de modo inmediato y sorprendente. Le acompañan los discípulos, viene con la gente, iniciando así el último tramo de ascenso que lleva a Jerusalén. Al borde del camino se encuentra Bartimeo, mendigo ciego. Grita a Jesús y la gente se lo impide diciéndole que calle (10, 46-48); pero Jesús sabe escuchar.

Este ciego es el mejor ejemplo de todos aquellos que chocan ante la dificultad de comprender el evangelio de la entrega de Jesús. Necesitan ayuda para verle y seguirle en el camino. Es ciertamente un signo de los buenos discípulos, de aquellos que saben superar sus cegueras anteriores, descubriendo a Jesús tras la pascua, en Galilea (16, 6-8).

Al Mesías se le atribuía no sólo la liberación de Israel al final de los tiempos, sino también solicitud y compasión. Bartimeo implora, entonces, la misericordia de Jesús. Pero los acompañantes de Jesús perciben como molesta esta llamada de auxilio. Sin desanimarse, grita aun con más fuerza las mismas palabras, para lograr la misericordia del Hijo de David.

Tras la intervención de Jesús ordenando que lo traigan, cambian su actitud. Ahora asisten al ciego y le indican que se levante y que vaya a Jesús.

Este encuentro en el que Jesús lo acoge con simpatía, propicia a Bartimeo que de rienda suelta a lo que desea. La fe del ciego permite que sean derribados todos los obstáculos. Frente a esta fe, Jesús interviene para posibilitar el encuentro personal y la petición directa. A continuación, la fe en el “Hijo de David” sigue desarrrollandose en el seguimiento de Jesús. Una vez curado, Bartimeo se une a Jesús y lo sigue camino hacia Jerusalén. Este es el único caso en el que Jesús permite que una persona sanada le siga.

El texto nos hace comprender que los discípulos aún no han entendido completamente el alcance del “camino” hacia Jerusalén. Su fe todavía es incompleta. Tan pendientes de Jesús, de protegerlo, de no distraerlo y olvidan la causa fundamental de su misión: el encuentro de Jesús con los pobres y humildes, con aquellos que le buscan.

La oración de este ciego debe ser la nuestra. También nosotros en demasiadas ocasiones no vemos, también nosotros debemos pedir: ¡Que yo vea!

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