DOMINGO III DE PASCUA
¿De qué os asustáis?
Primera lectura: Hechos 3,13-15.17-19. Dios lo resucitó de entre los muertos y nosotros somos testigos.
Salmo 4: Haz brillar sobre nosotros el resplandor de tu rostro.
Segunda lectura: 1 Juan 2,1-5a. Él es víctima de propiciación por nuestros pecados.
Evangelio: Lucas 24,35-48. El Mesías padecerá y resucitará de entre los muertos al tercer día.
El evangelista San Lucas nos trae en este fragmento los temas que van a aparecer con frecuencia en los relatos de la resurrección: 1)La presencia de Jesús en medio de los discípulos, en medio de la comunidad, 2) la paz y la alegría como frutos del encuentro con el resucitado, 3) la identidad entre el crucificado y el resucitado: el resucitado no es un fantasma, 4) el comer con ellos, el compartir y hacer lo que antes de la crucifixión hacían, 5) la promesa o envío del Espíritu, 6) la misión, el ser testigos.
Uno de los detalles importantes que no pueden pasar desapercibidos y pueden arrojar mucha luz en el itinerario de nuestra fe, es la experiencia reiterada de la comunidad que no reconoce inmediatamente a Jesús tras la resurrección. Si María Magdalena lo confunde con el “jardinero” y los discípulos de Emaús con un “caminante”, en este relato lo confunden con un “fantasma”. Es una importante llamada de atención sobre la génesis y núcleo de nuestra fe.
En ocasiones podemos tener la tentación o la falsa experiencia, que el resucitado nada tiene que ver con la realidad, que puede ser como un fantasma, una realidad mística o espiritual que se olvida de nuestro mundo. Sin embargo San Lucas insiste una y otra vez en que Jesús resucitado no es una simple idea o recuerdo. Jesucristo es el mismo de siempre, pero con una nueva presencia. Es preciso reconocer las llagas del crucificado, compartir con Él nuestro pan, escuchar de sus labios la llamada a no tener miedo, recibir su Espíritu, llenarnos de su alegría y disfrutar de la paz que nos regala… ser sus testigos.
Creer en el resucitado es reconocer a los crucificados de nuestro mundo, es compartir con ellos nuestro tiempo, nuestros recursos, dedicarles nuestra oración, no olvidarlos ni sentir indiferencia. Acoger al resucitado es confiar gozosamente en Dios, dejarle que se coloque en medio de nosotros liberándonos de los miedos y egoísmos que nos atenazan. Escuchar al resucitado es fijar nuestra vida en Jesús y nutrirnos de sus gestos y palabras, escucharle en el seno de la comunidad como discípulos, para que no se nos endurezca el corazón, porque necesitamos y queremos aprender a vivir.
Jesús nos ha escogido, nos ha llamado y nos envía a un mundo que precisa conocer su presencia resucitada en todos los rincones. Su resurrección disipa los miedos y llena de coraje al discípulo. Esta misión es arriesgada, precisa coraje y valentía, amor a la verdad y sobre todo necesita al resucitado. Él está en medio de su Iglesia, nos acompaña y camina junto a nosotros. Demos gracias a Dios
Ramón Carlos Rodríguez García, sacerdote