Comentario Bíblico Ciclo B

DOMINGO XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO

1 Lectura: Isaías 53,10-11. Cuando entregue su vida como expiación, verá su descendencia, prolongará sus años.
Salmo: El Señor es compasivo y misericordioso
2 Lectura: Hebreos 4,14-16. Acerquémonos con seguridad al torno de la gracia.
Evangelio: Marcos 10,35-45. El hijo del hombre ha venido para dar su vida en rescate por todos.

          San Marcos nos presenta aquí las egoístas pretensiones de poder de algunos discípulos en perjuicio de los compañeros; aspiraciones que revelan una comprensión errónea del Reino y que son incompatibles con el seguimiento de Jesús. Él les advierte a los hijos del Zebedeo que no tienen ningún derecho a puestos de honor como recompensa por su seguimiento. No pueden atribuirse los méritos del Reino; es Dios el que actúa con su fuerza. Al contrario, la misión de los testigos se cumplirá bajo el signo de la cruz. Sin embargo, su desatino da lugar a unos de los dichos más bellos que Jesús pronuncia sobre lo esencial de la autoridad, que es el servicio.

          Santiago y Juan, dos de los primeros llamados (Marcos 1,19s; 9,38), se acercan a Jesús con especial insistencia. Su solicitud supone una confianza ilimitada con Jesús. Se imaginan el inicio del Reino de acuerdo con Daniel 7,13-14: “se colocaban unos tronos”; el Hijo del Hombre era esperado como juez y señor de un reino imperecedero al final de los tiempos. Los dos hermanos piden los puestos de honor al lado de Jesús en ese reino venidero.

 Su pretensión se basa en una comprensión equivocada del anuncio de la pasión y resurrección y, en última instancias de toda la misión de Jesús, que ellos asociaban con poderes terrenales.

 En la primera parte de su respuesta, Jesús destaca esta incomprensión y les pregunta si escucharon con atención el compromiso del seguimiento – incluso en el sufrimiento- y si no notaron, ante todo, su significado en relación con el Reino de Dios.

 El “cáliz” es símbolo del mayor sufrimiento impuesto por Dios como juicio (Salmo 75,9; Isaías 51,17; Marcos 14, 36), el “bautismo”, en corriente de agua, designa la mayor amenaza (2 Samuel 22,5). Jesús pregunta a los hijos de Zebedeo si están preparados para eso.

Ante su afirmativa respuesta, Jesús sencillamente no los rechaza, sino que les explica que tienen que asumir el seguimiento bajo duras tribulaciones. Éste es su destino en la tierra. De esta manera son guiados a la plenitud.

 Esto da pie para una enseñanza sobre la autoridad y su ejercicio. Entonces Jesús llama también a los diez discípulos restantes y les imparte reglas sobre cómo ejercer la autoridad en la comunidad de discípulos.

 La imagen de la autoridad en el mundo va singularmente unida a dominadores que gobiernan con arbitrariedad, cuya motivación es la ambición, el propio provecho, su poderío. Son explotadores crueles y desconsiderados. Para los subordinados no hay posibilidad de control o instancias de apelación (Marcos 6,17-19).

 Esta cruel realidad no debe ser el modelo para la comunidad. Al contrario, como en Marcos 9,35, rige un nuevo orden de cosas: quien ejerce la autoridad como servicio debe “ponerse en el lugar” de aquellos para quienes la ejerce; sólo así podrá realizar su servicio. El poderoso debe considerarse servidor, el responsable, esclavo. Sólo de esta manera puede ordenar lo que es justo y adecuado. No sólo debe imaginarse en el puesto del que obedece, sin que debe obrar como verdaderos servidor de los demás.

 Toda la vida y muerte de Jesús se entienden como servicio. Sólo de esta manera el Hijo del Hombre se convierte en salvador de todos los hombres. La “venida” de Jesús significa, toda su vida y todo su actuar; el estar bajo la voluntad de Dios. El venir “no para ser servido” excluye el ejercicio de toda forma de autoridad según el modelo antes mencionado y tan ampliamente extendido. A la luz de la nueva actitud básica del servicio, se replantean todas las relaciones entre los hombres.

          Que Dios les bendiga.

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