DESAFÍOS POR ASUMIR EN LA EVANGELIZACIÓN (III)
Para la mayoría de nosotros en la actualidad, el ambiente está totalmente inundado de producciones de los medios de comunicación: desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, todo está mediado por la televisión, la radio, la prensa o las conexiones a través de internet. Estamos permanentemente rodeados de sonido, imagen y datos. ¿Cuánta gente se arrodilla hoy por la mañana o la noche para hacer sus oraciones? ¿Cuántas familias van juntas a la iglesia? ¿Cuántos meditan sobre el sentido y el significado de su vida y de sus acontecimientos?
Como personas de fe, debemos estar preocupados de que las redes de comunicación entre la gente no bloqueen la comunicación con Dios y de que la comunicación de mensajes mundiales y el entretenimiento no bloqueen la comunicación de la Palabra de Dios, el Evangelio de Jesucristo.
Así que la única alternativa es afirmar que la Iglesia y la fe religiosa deben estar presentes en la cultura de las comunicaciones. La comunicación no es hostil a la fe, sino que es esencial a ella misma. De hecho, nuestra fe católica es ya parte de la cultura de la comunicación porque no repudia las cosas materiales, sino que las utiliza para fines profundamente humanos y espirituales. Es necesario, por consiguiente, entrar en la cultura contemporánea por el uso imaginativo y creativo de los medios de comunicación.
Otro desafío lo encontramos en el desarrollo económico. En efecto, en los países industrializados, la economía tiende a convertirse en el único criterio de civilización, el único valor determinante de todo lo demás. El hombre contemporáneo invierte cada vez más tiempo y energías en los mecanismos económicos para intensificar la productividad y la competitividad. Como el aumento cuantitativo de bienes no basta para conquistar los tradicionales o nuevos mercados, el ser humano utiliza cada vez más su propio genio, su cultura, para mantener el combate económico y la eficacia.
Las consecuencias de esta nueva idolatría afectan tanto a nuestros países europeos como al resto del mundo. Muchos fenómenos como el violentismo y la miseria en nuestras sociedades modernas, o el fanatismo, la internacionalización de conflictos étnicos, las migraciones masivas, la pobreza y la miseria, tanto en ciertas zonas de Europa como en la totalidad del Tercer Mundo, tienen su origen y fundamento en la primacía de los criterios económicos.
Frente al valor dominante de lo económico, la Iglesia recuerda a todas las sociedades que la auténtica cultura va unida a la justicia social y que, en consecuencia, la economía tiene necesariamente que entreverarse con la política y con la cultura, es decir, que nunca hay que poner al hombre real y concreto entre ningún paréntesis.
Jesús García Aiz