DE LA MUERTE A LA VIDA (y III): RESUCITAREMOS CON ÉL
Concluyendo esta reflexión y mirada de fe sobre la resurrección, que nos lleva ya tres entregas, terminamos con la exhortación que realiza el apóstol de los gentiles. En efecto, san Pablo llegó a afirmar: «y si Cristo no resucitó, es vana nuestra predicación y vana también nuestra fe» (1 Cor 15, 14). Esto nos recuerda el estrecho vínculo que existe entre la resurrección de Cristo, y la predicación de los apóstoles, y luego entre esa predicación y la fe que surge en el corazón del cristiano.
Esto es, no es por mero voluntarismo y credulidad que tenemos fe, sino porque hemos acogido el mensaje de los apóstoles, y ese evangelio no ha llegado hasta nosotros porque algún predicador decidió que Jesús tenía un discurso que valía la pena difundir, sino porque los apóstoles fueron enviados a predicar la resurrección. Y si no ha resucitado, entonces todo lo demás se cae y se desmorona.
No se entiende que un cristiano cuestione la resurrección. ¿Acaso hay algún defecto en el poder de Dios que le impida volver a la vida a un ser humano? «Es que Dios no actúa así –responden–, como si fuera un mago de feria que hace pequeños milagros». El problema es que quien opina así, ha perdido completamente la fe. Puede que sea deísta (que para creer en un primer motor no se necesita fe, basta con la razón) pero ciertamente no es cristiano, pues es evidente que el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, no tiene ningún problema en hablar desde una zarza ardiente, derribar murallas y resucitar a los muertos, de hecho lo hace con cierta frecuencia, tanto antes como después de la crucifixión.
Si del versículo reseñado anteriormente pasamos a la perícopa completa de 1 Cor 15, 12-19, vemos cómo se deja en evidencia a todos los que hablan de una resurrección de Cristo meramente simbólica, o que ocurriría en nuestro corazón, al escuchar su mensaje. En efecto, san Pablo está llamando al orden a los cristianos de Tesalónica que habían puesto en duda que todas las personas debían resucitar para el mundo futuro, como lo hacían los saduceos, y si recordamos las disputas que Jesús mantuvo con este grupo en los evangelios, es evidente que estamos hablando de una resurrección bastante carnal.
Es una cadena lógica y clara de razonamientos que sólo permiten una conclusión: los cristianos que no creen en la resurrección y ponen su esperanza en Cristo sólo para esta vida, son los hombres más miserables, pues permanecen en su pecado y en su ignorancia. Así que digámoslo claro, alto y llenos de gozo y esperanza: Resucitaremos con Él.
Jesús García Aiz