CON FLORES A MARÍA, QUE MADRE NUESTRA ES
Gracias a Dios hoy tenemos muchos la preocupación por la vida en todas sus manifestaciones. El papa Pablo VI escribía que el interéspor la preservación de los animales y de las plantas y por la defensa del medio en que viven y por la relación del hombre con todo ese conjunto es una de las “adquisiciones seguras y comprobadas de las ciencias humanas actuales” (Marialis Cultus, 34). Es cierto que la palabra “ecología” está ausente del Evangelio, del culto y de la veneración tradicional a María lo que no es óbice para que la virgen María sea cantada en la Escritura y en la tradición cristiana, como “Reina de la Naturaleza”. En efecto, la Escritura piropea a María llamándole estrella de la mañana, estrella del mar, hermosa como el sol, limpia como la luna, tierra fecunda en la que germina el Salvador, raíz de la que rebrota el vástago de Jesé, cedro del Líbano, rosa misteriosa de Jericó, paloma inocente y blanca, y un sinfín de alabanzas unidas al cosmos y a la naturaleza. Asimismo hermosas tradiciones antiquísimas, aunque apócrifas, la representan en tiernas estampas dando a luz entre un buey y una mula o a lomos de un manso jumento huyendo a Egipto.
El pueblo fiel espontáneamente, unió la imagen de la Virgen a la naturaleza, situando los lugares de culto en los más hermosos parajes y vinculando sus advocaciones a todos los elementos naturales que rodean la vida humana a través de todos los siglos tales como el amanecer, la piedra, la cueva, la fuente, la encina, el olivo, la flor, el camino y tantos otros.
Santa Catalina de Siena escribe una hermosa oración en la que aparece muy claramente la cercanía que el pueblo cristiano descubrió siempre entre María y la naturaleza: “Oh María, templo de la Trinidad; María, portadora del fuego; María, tierra fructífera. Tú, María, eres esa planta nueva de la que hemos recibido la flor fragante del Verbo. Tú eres la tierra y eres la planta”.
Pero todo eso no son más que indicios, ciertamente. Lo verdaderamente importante es la certeza de que Ella, como absolutamente fiel a toda sugerencia del Espíritu tuvo que hacer verdad en su vida y procurar que lo fuera en todos, el deseo de Dios de que la naturaleza que El creó hermosa, con cuya belleza se alegró y que puso en manos de los hombres (Gen 1-28) fuera tratada por ellos con respeto y con delicadeza para que por siempre continuara siendo bella, y no fuera destruida ni esquilmada, sino compartida y disfrutada por todos los hombres de todos los tiempos.
La sensibilidad ecológica ciertamente es una de esas realidades ante las que, como escribía Pablo VI, “nuestra época, como las precedentes, está llamada a verificar su propio conocimiento de la realidad con la Palabra de Dios (…)”. La Virgen María, en este particular como en tantas cosas, puede ser tomada como espejo de las esperanzas de los hombres de nuestro tiempo” (MC. 37).
Esta verificación de nuestros conocimientos con la Palabra de Dios, este “contraste” de las nuevas realidades con la figura de María que aconsejaba Pablo VI, nos llevará a descubrir cómo, la misma Virgen María, Madre de Dios, que en otras épocas fue invocada por los hombres para que les defendiera de las fuerzas naturales frente a las que se sentían del todo impotentes, ahora tiene que ser invocada por nuestra generación como “defensora de la naturaleza”, amenazada tan gravemente de todo riesgo de destrucción por las fuerzas egoístas y orgullosas del pobre hombre idólatra de sí mismo de este comienzo del siglo XXI.
La figura de María, llena de la hermosura y el poder del Dios creador de la naturaleza, dadora de Jesús que corona la plenitud de la naturaleza (Rom 8,19-21), acrecentará sin duda nuestra capacidad de comprensión, de amor y de respetuoso
disfrute de la naturaleza. Y si los creyentes logramos incorporar toda la moderna sensibilidad por la naturaleza al culto y devoción a la madre de Dios, habremos encontrado el más fecundo camino para la vitalización y renovación de la piedad mariana. Es el camino de los Salmos y de Francisco de Asís. Es el camino sencillo del pueblo fiel que en mayo se congrega para cantar “con flores a María, que Madre nuestra es”.
MANUEL POZO OLLER,
Vicario episcopal