APRENDER DE LOS ERRORES
Confieso que me apasionan las páginas salmón de los periódicos por la atención que prestan a los recursos humanos en orden a lograr rentabilidad en el campo laboral. Últimamente he leído varios artículos sobre la necesidad de atender a la persona del trabajador. Hace un tiempo, sin ir más lejos, leí un magnífico artículo escrito por Javier Fernández Aguado, socio director de MindValue y miembro de Top Ten Management Spain, con el sugerente título de “Dirigir errores” que me ha hecho pensar, no porque el error deba ser la meta de nuestro quehacer sino porque con sano realismo reconocemos que la vida entera se compone de aciertos y errores.
Durante la lectura del artículo que cito me acordé de la frase que se le atribuye a Goethe en su “Maximen und Reflexionen” donde se lee que “los errores del hombre le hacen particularmente amable” y pensé que el avance en todos los órdenes de la vida tiene como una de sus bases el binomio acierto/error, o si queremos suavizar la expresión, la conciencia de saber que las cosas se pueden hacer mejor si somos capaces de revisar nuestras acciones y proyectar nuevos objetivos aplicando medios realistas, alcanzables y evaluables. Personalmente huyo de la perfección difundida por la filosofía griega, que entre otras cosas es inalcanzable, y opto por una perfección tal y como la entiende la Biblia que, al fin y al cabo, sólo exige rectitud de intención y poner en todo lo que hacemos nuestros cinco sentidos incluido nuestros afectos y sentimientos. Aclarado este asunto se comprende que me alegré, y por qué no decirlo me consoló, el día que leí en un periódico nacional que una empresa del norte de Europa despidió a varios directivos por no haber cometido error alguno a lo largo de tres años seguidos. Me imagino que serían dados de baja por falta de creatividad e imaginación.
En efecto, los únicos que no cometen errores son los que no innovan, quienes no avanzan en los proyectos que tienen entre manos y, en sentido peyorativo del término se convierten en funcionarios, es decir, se limitan a cumplir funciones sin implica en los proyectos. Considerar que lo obtenido hasta el momento es lo definitivo implicaría necesariamente estancarse en una rutina paralizante puesto que lograr nuevas cimas no suele acaecer sin abundantes resbalones y patinazos. No hemos de temer a las equivocaciones puesto que la búsqueda de nuevos caminos cuenta con un elemento fundamental que son los yerros producto lógico de la iniciativa, de la innovación, de los deseos de desarrollar nuevos modos de hacer y evangelizar.
Hace tiempo escuché a un sacerdote benemérito una meditación acerca de nuestras limitaciones personales y colectivas y me quedó grabada una de las frases con las que resumía su intervención diciendo que todo en la vida es una posibilidad, una trampa o un trampolín, e invitaba a los oyentes a hacer de su vida y de su quehacer un hermoso trampolín. Sin duda, la vida es trampolín cuando revisamos con paz y planificamos con esperanza y con humor asumimos nuestros errores.
Esta breve reflexión quiere invitarnos en estos días más propicios al descanso y a la meditación a hacer balance y revisión de nuestra actividad para dar gracias a Dios por tanto bueno realizado en estos últimos meses, al tiempo, que una llamada a reconocer nuestras limitaciones y errores cometidos. ¡Qué bueno sería revisar nuestra vida con el realismo y el buen humor conque ve Dios nuestras cosas serias! Una buena puesta a punto en el merecido descanso facilitará en extremo la planificación del próximo curso pastoral. Por supuesto que no podrá faltar en nuestra planificación del próximo curso la alegría de seguir trabajando por el Reino de Dios a pesar de nuestras debilidades y yerros junto al convencimiento de que toda nuestra vida esta en manos del Creador y “nada nos hará temer”.
Manuel Pozo Oller,
Vicario Episcopal.