ANALIZANDO NUESTRO TIEMPO ECLESIAL (IV)
Ante la fractura cultural y la pérdida de plausibilidad de la fe que tristemente observamos en la sociedad, el hecho es que, a pesar de nuestros intentos de acercamiento, muchas personas siguen considerando que el cristianismo y su mensaje, y en concreto la Iglesia católica, forman parte de un pasado obsoleto y oscuro del que lo mejor que deberíamos hacer es olvidarnos.
Así lo manifestó una de las respuestas a la encuesta efectuada a los jóvenes con motivo del pasado Sínodo de la Juventud. ¡Y si esto dice uno de los que responden a la encuesta, qué no dirán los que pasan totalmente de consultas como esta!
En efecto, el catolicismo ha sido expulsado de la cultura española, ha sido “exculturado” porque ha “perdido vigencia cultural” (llega incluso a afirmar el filósofo francés M. Gauchet) ya que no tiene apenas relevancia en la cultura actual. Ciertamente, en la actualidad no solo se ha dado una ruptura entre la cultura y lo religioso, sino que se está llegando en la práctica a una exclusión de la religión y, en concreto, del cristianismo, que sufre una pérdida de plausibilidad para la población general. No son creíbles ni su mensaje ni su realización práctica. No es plausible ni tiene ya vigencia cultural. Los que lo practicamos no dejamos de ser restos ridículos del pasado, crédulos o fanáticos.
Una razón de esta pérdida de credibilidad, que resulta ser un disparo en la línea de flotación para la estructura de la Iglesia, viene motivada por el proceso democratizador y participativo de toda la sociedad en los asuntos ciudadanos. El paso de una sociedad feudal a una sociedad igualitaria. La abolición de la esclavitud, la caída de los regímenes monárquicos absolutistas.., han ido dejando cada vez más fuera de juego a una Iglesia católica que aún conserva una estructura excesivamente monárquica, con una división entre jerarquía y fieles en la que -todavía en algunos casos- aún perviven un monopolio del clero y un clericalismo que en muchos aspectos de su hacer cotidiano convierten a los fieles en meros sujetos pasivos a la hora de asumir responsabilidades y tomar decisiones, asfixiando así el sensus fidei (el sentido de la fe) de tantos fieles que padecen diversas experiencias amargas -en demasiadas ocasiones- derivadas de un trato no amable ni afable con su iniciativa y compromiso cristiano.
Todo esto supone un desfase entre la vida civil, en la que se nos exige ser ciudadanos, y la vida eclesial, en la que aún nos encontramos con notables retrasos respecto a la reflexión y a la articulación de cauces concretos y reales para que esta incorporación no se quede en meros deseos o en frases huecas, sino en realidades tangibles: el impulso y promoción activas -sin resistencias ni vacilaciones- de cristianos comprometidos y formados.
Jesús García Aiz