AMA Y HAZ LO QUE QUIERAS
Desde la concepción cristiana de la vida, el ser humano está hecho para amar, y amar, es su vocación más genuina, pero, para ello, tiene que aprender a hacerlo a lo largo de su vida. Hemos nacido para amar, ésta es nuestra misión fundamental en este mundo, pero al nacer no sabemos amar en plenitud. Exige un proceso, una pedagogía. Los otros verbos, “saber”, “tener”, “poseer”, “jugar” o “pensar”, tienen un valor, aunque íntimamente relacionado, menor al verbo “amar”; pues el fin principal y prioritario del ser humano es amar y ser amado, tanto de un modo activo como pasivo.
Uno ama a su madre, a su hermana, a su esposa y sus amigos, pero también ama a su tierra, a su profesión y a su vida. Todas estas formas de amor son distintas, sin embargo, tienen un nexo común: el amor como valor universal. Pero uno también puede amar a Dios y sentirse amado por Él. Y es que Dios no solo es objeto de amor, sino que es sujeto activo de amor. Es amor que se da, amor que se entrega.
Jesucristo, plenitud de la revelación histórica de Dios, es la expresión encarnada del eterno amor de Dios. No solo se le debe concebir como la palabra hecha carne, sino también como la expresión viva, histórica y concreta del amor de Dios en la vida real de los hombres. Jesucristo expresa, a lo largo de su vida, este amor y no solo a través de sus parábolas, sino a través de su vida activa, de sus actos, de sus silencios, gozos y pesares. Se convierte, de este modo, en el referente del amor, en el punto de encuentro entre la eternidad y el tiempo, entre la esfera de lo divino y la esfera de lo humano. Se trata de la máxima expresión del amor: el amor de donación.
Así, el amor de donación no discrimina ni distingue entre propios y extraños, entre “los nuestros” y “los otros”. Es un desvivirse por el otro, una total identificación con su ser. De esta forma, el amor plenamente vivido es un símbolo luminoso, un signo visible del Dios vivo en la historia. Solo es posible amar a Dios si se practica el amor a los hermanos (el amor de donación).
El camino hacia Dios, pues, es un itinerario en el amor. Un amor liberado del ego. Por ello, los destellos de amor que vislumbramos en este mundo son la expresión finita de ese amor pleno de amor. O dicho de otra manera, los hombres y mujeres que viven expresa y fielmente este amor como entrega y donación en su ser, son manifestaciones visibles del Dios invisible, testigos del Espíritu que, discretamente, sostiene y mueve el mundo.
Así pues, si la pasión de Dios es amar dándose, entonces ése es el don y tarea que tenemos por delante. Don y tarea que nos llevará toda una vida. Es lo prioritario, es lo esencial, lo demás es secundario ante ello. Ya lo decía san Agustín: (dilige, et quod vis fac) ama y haz lo que quieras.
Jesús García Aiz