DOMINGO XXXI DEL TIEMPO ORDINARIO
HACED LO QUE OS DIGAN
Hay personas que afirman haber perdido la fe ante el mal ejemplo de un cristiano y, aún peor, de un sacerdote. Esto último, sumado al ancestral anticlericalismo de nuestra sociedad, se exhibe como bandera de enganche para todos los desencantados de la Iglesia y su jerarquía.
Hacer una apologética de los cristianos y, en particular, de los pastores de la Iglesia, pretendiendo defender lo indefendible como pueda ser el que en ninguno de los cristianos o sacerdotes haya infidelidades a la vocación recibida o que a ninguno se le pueda acusar de graves y públicos pecados que dañan la imagen de la Iglesia y del clero, en particular, sería una pérdida de tiempo.
De sobra sabemos que la fe no debe de estar sujeta ni al cura ni al vecino cristiano y mucho menos a lo que hagan. Somos miembros de la Iglesia por el amor personal a Cristo. Esto es lo importante, lo demás es secundario Pero también sabemos que esas críticas, unas con fundamento y otras malintencionadas, aparte de cometer el error de generalizar, pueden ser también la excusa de que se valen algunos para justificar su alejamiento o su odio a la Iglesia.
Pero todo esto no nos exime a los cristianos y los pastores de hacer una reflexión sobre la coherencia o incoherencia entre la fe que confesamos, la moral que predicamos y las acciones concretas en nuestra vida diaria.
A eso alude el Señor en el Evangelio de hoy, cuando dirigiéndose a los letrados y fariseos, es decir: a los intérpretes de la ley y los que se consideraban los mejores cumplidores, a los que, como todos los cristianos y el clero, deberían enseñar y dar ejemplo, no hacen lo que dicen. Por supuesto que Jesús no se refiere a todos los letrados y a todos los fariseos, sino a aquellos cuya contradicción entre palabra y vida era manifiesta. Y contra de aquellos que se valen de su cargo o estado religioso para alimentar su vanidad, su orgullo, pavonearse poseedores de la verdad, jueces de vivos y muertos.
A pesar de esa crítica, el Señor no le quita el valor a la palabra. Lo que enseñaban aquellos aparentemente piadosos judíos, como la enseñanza hoy de sacerdotes y cristianos, es el camino querido por Dios y por lo tanto es bueno escucharles, porque Dios se vale de ellos para comunicarse con los hombres, sin tener en cuenta su bondad o su maldad, pero si teniendo en cuenta su debilidad y su posibilidad de conversión.
El contenido, por tanto, del mensaje que Jesús para este domingo sería: hay que atender y cumplir las enseñanzas de los que en la Iglesia tienen el ministerio de la palabra o de la predicación, aunque en su vida dejen mucho que desear.
En todos nosotros se tendría que realizar lo que San Pablo dice de los destinatarios de su predicación: Que “la Palabra de Dios que os predicamos, la acogisteis no como palabra de hombre, sino cual es en verdad, como Palabra de Dios, que permanece operante en vosotros los creyentes”.
Manuel Antonio Menchón
Vicario Episcopal