DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO
AUMÉNTANOS LA FE
Puede parecer una petición vanidosa el ruego de los discípulos, “auméntanos la fe”, pues supone que ya tienen fe y esto es menos humillante que decir: “Señor, danos fe. Que no tenemos”. Pero tal vez el ruego puede ser la consecuencia de una reflexión sobre su incapacidad para dar su adhesión plena a Jesús y a su mensaje Por eso le piden que les aumente la fe. Ellos pretendían creerle, pero racional y vivencialmente se les hacía muy difícil aceptar lo que el Maestro les decía.
Jesús constata en realidad que tienen una feminúscula, más pequeña que un grano de mostaza, semilla del tamaño de una cabeza de alfiler. No dan ni siquiera el mínimo, pues con tan inapreciable cantidad de fe bastaría para hacer lo imposible: arrancar de cuajo con sólo una orden una morera y tirarla al mar.
La morera, como la higuera, son símbolos de fecundidad en Israel. La higuera con muchas hojas, de bella apariencia, pero sin higos, es símbolo de la infecundidad de la institución judía, que no da su adhesión a Jesús. Los discípulos tienen fe, pero poca. Con fe, como un grano de mostaza, estarían en condiciones de “arrancar la morera (símbolo de Israel) y tirarla al mar”.
Las palabras de Jesús siguen resonando hoy. “Si tuvierais fe como un grano de mostaza…” O lo que es igual: si siguierais mi camino, si vivierais según el evangelio, tendríais la fuerza de Dios para cambiar el mundo. La fe es un don y una tarea al mismo tiempo. Hemos de cuidarla y cultivarla como una planta.
Nos situamos ante un tema delicado. La calidad y la cantidad de nuestra fe no pueden ser medidas de cualquier manera. Y mucho menos por termómetros humanos. Sólo el amor a Dios y la sensación clara de que amamos a los hermanos puede ser un medidor de nuestra fe.
Hoy día, en una sociedad mucho más científica y mucho más crítica que la sociedad en la que vivieron losdiscípulos, a muchísima gente les resulta difícil creer. Vivimos tiempos de crisis de fe, no sólo de fe religiosa, sino de fe política, de fe social, de cualquier clase de fe. Quizá en nuestro tiempo, más que hablar simplemente de crisis de fe, deberíamos hablar de ausencia de la fe. La fe es creer en algo que aún no vemos y la gente de nuestro tiempo prefiere creer solamente en lo que ve, o dice creer que ve. Por eso, también nosotros, los cristianos, tenemos que pedirle todos los días al Señor: que nos aumente la fe, esa fe sentida, esa fe con la que nos parece palpar a Dios. Esa fe que es paz, es alegría, es dinamismo para trabajar por los demás.
En favor de nuestra fe –o habrá que decir de nuestra pequeña de fe—podemos presentar montones de libros de teología o de temas religiosos, mil charlas a las que hemos asistido, tal vez; muchos papeles para empapelar paredes. Pero lo más importante es presentar hechos, esos hechos que el Señor supuso que acompañarían a los que tienen fe.
Manuel Antonio Menchón
Vicario Episcopal