DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO
Guarda el Mandamiento sin mancha ni reproche
Pablo le pide a Timoteo que sea fiel al mandamiento recibido, es decir a todo lo que ha recibido de él y que debe trasmitir a los demás y velar para que se mantenga sin mancha ni reproche. En otro lugar de la misma carta se lo resume diciendo: Timoteo, guarda el depósito (1 Tim 6,20).
Estos consejos reflejan la gran preocupación de la Iglesia a finales del siglo primero, en que las comunidades cristianas se van multiplicando y aparecen nuevos problemas que hay que iluminar a la luz de la fe: ¿es legítima la evolución en la doctrina y en la organización? De hecho se estaba dando evolución en ambos sentidos, pero no de forma homogénea, sino heterogénea, pues junto con desarrollos aceptables aparecen puntos de vista que parecen no encajar con la fe recibida, creando cierta confusión en los fieles. Esto plantea el interrogante: si es legítima la evolución, ¿quién garantiza que es legítima y no deformación de la fe recibida? ¿Quién separa el trigo de la paja? Pablo responde: nosotros los apóstoles. Por ello escribe esta carta a Timoteo, su discípulo, a quien dejó como responsable de la iglesia de Éfeso, recordándole la obligación que tiene de velar para que no se deforme el depósito recibido. Los responsables de la comunidad (en esta carta representados por Timoteo) han de velar para que la evolución necesaria mantengan la sustancia de la fe. Todas las cartas de san Pablo están inspiradas y contienen la palabra de Dios, unas insisten más en los contenidos de la fe y su vivencia, otras en la defensa y custodia de esta fe, pero ambas facetas son necesarias y queridas por Dios.
Lo que entonces sucedió, sigue sucediendo en la Iglesia actual, como puede verse por las diferentes maneras de recibir el Vaticano II. Por otra parte, no son pocas las voces que acusan a la Iglesia de no modernizarse ni ponerse al día. Pero ¿qué se quiere decir con modernizarse? Si se quiere decir que hay que presentar la sustancia de la fe de forma más acorde con la forma de pensar del hombre de hoy de forma que ilumine sus problemas, vale. Si esto implica deformar la sustancia del Evangelio, de ninguna forma.
La fe cristiana es un depósito que recoge todo lo que Dios ha hecho por la humanidad: ha enviado a su Hijo, Jesús nos revelado al Padre y ha comenzado el reino de Dios. Muriendo y resucitando nos ha traído la salvación. Por el bautismo nos unimos a él y formamos su cuerpo, la Iglesia… En el Credo la Iglesia ha resumido este contenido, que hemos de creer y vivir. Procede de Jesús y es inalterable. Por medio de los Doce Apóstoles el Espíritu Santo lo hizo vida en la comunidad primitiva y desde entonces se transmite íntegro hasta nuestros días. Es la Tradición viva de la Iglesia, que vivimos los cristianos de todos los tiempos. Este depósito hay que vivirlo, transmitirlo y guardarlo sin deformaciones. Las tres cosas a la vez. Tan necesaria es una pastoral de evangelización como de crecimiento y conservación. La paternidad eclesial, lo mismo que la humana, es responsable y no abandona al recién nacido, sino que lo cuida en su crecimiento y lo defiende de lo que amenaza su vida.
Primera tarea de la Iglesia es vivirlo. La Iglesia es antes que nada un grupo viviente, que encarna todo lo que Jesús ha enseñado. Sin esto no tienen sentido las demás facetas. Por eso tiene que ser la primera preocupación de los cristianos valorar y vivir la fe recibida.
Segundo es transmitirlo. La misión es consustancial con el cristiano, llamado a ser luz, sal y testigo de la fe. Hoy urge la “conversión misionera” o toma de conciencia de que la tarea fundamental de cada cristiano es transmitir su fe y que se traduce en valorar todas sus acciones en función de la capacidad que tenga de transmitir la fe.
Tercero es custodiarlo para que no se deforme. Esta faceta es poco valorada por muchos cristianos, sin embargo es una tarea que ha ejercido siempre la Iglesia a lo largo de todos los siglos. En la transmisión de la fe no hay “libertad de cátedra”, pues se trata de transmitir la obra salvífica de Jesús, que no puede cambiar. Puede haber libertad de exposición y presentación en una u otra cultura, procurando siempre mantener íntegra su sustancia. El misionero ha de actuar como siervo de la palabra, no como señor de ella, que se permite hasta deformarla. Servirla es procurar conocerla bien y presentarla con el lenguaje más apropiado con la cultura del oyente, pero no deformarla, pues ya no sería el “depósito” salvador que nos ha entregado Jesús y por ello sería una ideología que no salva. A veces se espera del papa o del obispo que cambie aspectos molestos de la vida cristiana. Es una esperanza legítima si se trata de iluminar mejor una realidad para vivirla mejor, pero no si se pretende eliminar una realidad que viene de Jesús. Se puede criticar si tal o cual forma de vigilar la fidelidad al depósito ha sido o es actualmente la más adecuada, pero lo que no se puede negar es la obligación que tienen los sucesores de los apóstoles de velar por la integridad al depósito entregado por Jesús.
La Eucaristía es el corazón del depósito recibido. En ella celebramos el amor del Padre que nos entrega a su Hijo y nuestra respuesta entregando nuestra vida al Padre por medio de Jesús. En ella tenemos que agradecer la fe recibida y pedir fuerzas para transmitirla y conservarla y defenderla adecuadamente.
Primera lectura: Am 6,1ª.4-7: Los discípulos encabezarán la cuerda de cautivos
Salmo Responsorial: Sal 145,7.8-9ª.9bc-10: Alaba, alma mía, al Señor
Segunda lectura: 1 Tim 6,11-16: Guarda el mandamiento hasta la manifestación del Señor
Evangelio: Lectura del santo Evangelio según san Lucas 16,19-31: Recibiste bienes y Lázaro en cambio males; ahora a él toca recibir bienes y a ti males.