DOMINGO XXV DEL TIEMPO ORDINARIO
«La contabilidad de Dios no es nuestra contabilidad»
En la Exhortación apostólica Evangelii Gaudium el papa Francisco invitaba, no sin cierta ironía, a no contentarse con lo que él llama una teología de escritorio(n.133), es decir, una reflexión que se queda encerrada en libros y más papeles, pero que no llega al corazón de nuestro mundo, y por tanto, poco sirve a la misión evangelizadora de la iglesia. Seguramente, en la mente del santo padre estaba la pedagogía de Jesús. Es esta la primera reflexión que quiero compartir a la luz del texto de este domingo. Jesús, cuando enseñaba a la gente, no buscaba complicadas reflexiones o teorías, sino que les hablaba desde la vida cotidiana, con ejemplos concretos capaces de tocar su corazón y no solo ilustrar su mente.
Hoy escuchamos uno de estos ejemplos. La parábola de hoy pone de manifiesto, ante todo, la enorme distancia que existe entre nuestro modo de ver las cosas y el de Dios, entre nuestros criterios y medidas, y los de Dios. Ciertamente, como dice el profeta Isaías, sus caminos no siempre coinciden con los. Y en el corazón de la parábola nos encontramos con una viña, que en el Antiguo Testamento representa al pueblo de Israel (Is 5,7). El dueño va a ir llamando a distintos obreros a trabajar en su viña, a formar parte de su pueblo y trabajar por extenderlo. Pero a cada uno los llama a horas diferentes, pagándoles a todos lo mismo. Y es esta su queja, a todos ha tratado igual, aunque algunos hayan empezado bien tarde.
El texto dice que los ha tratado con justicia, han recibido lo que les corresponde, pero a los últimos los ha tratado también con misericordia, posiblemente en la esperanza de que los primeros se alegrarían, influidos por una manera de hacer las cosas que supera la simple justicia contractual, para dejarse llevar por la bondad. Es esta la manera de actuar de Dios, que compagina justicia y la generosidad. Pero es esta también la desilusión, los llamados justos se creen con tales privilegios que, en lugar de la alegría, en ellos se da la queja, viven una fidelidad defectuosa que se guía por la reivindicación y el reproche.
La parábola, por consiguiente, no solo defiende el comportamiento de Dios, sino que también saca a la luz como es nuestro estilo de trabajo en la viña, tan cargado de privilegios. Cuantas veces caemos en la tentación de esgrimir derechos ante Dios, ¿cómo nos va a tratar a todos por igual? ¡con la de sermones que he tenido que aguatar! En el fondo, es la misma mentalidad del hermano mayor que critica la fiesta de su hermano, mientras que el Padre no recompensa su enorme sacrifico y dedicación. Y, enfrascados en estas cuentas, no somos conscientes de que trabajar desde primera hora en la viña supone ya un hermoso pago.
Francisco Sáez Rozas
Párroco de Santa María de los Ángeles