DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO
Opción por el Cristo real, el eucarístico.
Las lecturas primera y última hablan de opciones importantes, la primera cuando, instalados los israelitas en Palestina, renuevan su alianza con Dios en Siquén, el evangelio a propósito de las declaraciones de Jesús sobre la eucaristía. Este episodio recuerda el hecho que se suele llamar “crisis de Galilea” y refleja el momento en que la multitud empezó a abandonar a Jesús en la medida en que iba aclarando su tipo de mesianismo. Esperaban un mesías político religioso, que trajera la paz a Israel e hiciera de él la cabeza de un imperio mundial. Esto explica la reacción del pueblo ante el signo de los panes queriendo hacer rey a Jesús. En este discurso Jesús les explica el tipo de mesianismo que él va a traer, el mesianismo del que se entrega a los demás como alimento, el mesianismo del siervo y del servicio. Los oyentes se desilusionan y la mayoría le abandona. Como Jesús quiere que se le siga con conocimiento de causa, sabiendo a quien se sigue y a dónde se camina, también obliga al grupo de los Doce a elegir y ellos eligen a Jesús. En esta celebración Jesús invita a todos a renovar el seguimiento a él con conocimiento de causa, sabiendo a quien siguen.
La Eucaristía resume todo el cristianismo. Es la presencia real y efectiva, pero encarnada, del Hijo de Dios que se entrega a los hombres. Por ello optar por la Eucaristía implica una religiosidad específica, determinada:
- por el amor total al Padre y la entrega incondicional para hacer su voluntad,
- por una unión efectiva y afectiva con Jesús, cuya vida se comparte,
- por el amor total al hermano, con una entrega hasta la muerte,
- por una actitud de servicio oculto y humilde,
- por un espíritu comunitario y eclesial, pues la Eucaristía ha sido encomendada a la Iglesia,
- por la prontitud para compartir, por la opción por los pobres, por el uso de medios pobres.
Por ello toda deformación de la Eucaristía es un ataque a la esencia del cristianismo. La tentación constante del cristiano es rebajar y deformar el concepto de Eucaristía para conformarlo con su mediocridad, de forma que la Eucaristía no le cree problemas de conciencia y se convierta en premio de su vida. Pero de esta forma está negando que la Eucaristía sea alimento, pues él de hecho no necesita de ninguno, ya que la Eucaristía sería el premio que Dios concede a sus buenas obras.
Jesús se hace presente en la Eucaristía como alimento, lo que implica que necesitamos alimentar nuestras fuerzas para vivir como hijos y hermanos. El destinatario de la Eucaristía es el pecador arrepentido, que quiere vivir en el amor total, pero se siente débil y necesita constantemente fortalecerse para pensar, sentir y actuar como Jesús. Es una necesidad, no un lujo y menos un premio.
La Eucaristía alimenta la vida concebida como servicio a los demás, que debe impregnar todas las facetas de la vida cristiana. Una de ellas es el matrimonio, la donación mutua de un varón y una mujer, que cuando se hace en la fe en Jesús ante la Iglesia, es un sacramento y simboliza la donación mutua entre Cristo y la Iglesia, como recuerda la segunda lectura. Con ello Jesús les da una gracia especial que les ayude a lo largo de la vida a permanecer fielmente en la donación mutua y a crecer en ella.
Por todo ello la Eucaristía pertenece al mundo del Espíritu Santo, que capacita para comprender estos valores y para llevarlos a la vida. Con el poder del Espíritu todo es posible. Sin él todo esto resulta “un lenguaje duro” y sin sentido.
En la celebración eucarística de este domingo Jesús invita a renovar el seguimiento, sabiendo a quien seguimos. Él viene en nuestra ayuda alimentándonos para llevarlo a cabo.
- Primera lectura: Jos 24,1-2. 15-17.18: Nosotros serviremos al Señor. ¡Es nuestro Dios!
- Salmo responsorial: Sal 33,2-3.16-17.18-19.20-21.22-23: Gustad y ved qué bueno es el Señor
- Segunda lectura: Ef 5,21-32: Esto es un gran misterio y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia
- Evangelio: Jn 6,60-69: Señor ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna.